**La Carta a la Iglesia de Laodicea: Un Llamado al Arrepentimiento y la Verdadera Riqueza**
En los días en que el apóstol Juan recibió las visiones de Dios en la isla de Patmos, el Señor le reveló mensajes específicos para las siete iglesias de Asia Menor. Una de esas iglesias era la de Laodicea, una ciudad próspera y conocida por su riqueza, su industria textil y su famosa escuela de medicina. Sin embargo, la iglesia en Laodicea había caído en un estado de tibieza espiritual que preocupaba profundamente al Señor.
El mensaje comenzó con una descripción solemne: *“Escribe al ángel de la iglesia en Laodicea: Esto dice el Amén, el testigo fiel y verdadero, el principio de la creación de Dios”* (Apocalipsis 3:14). Jesús se presentó a sí mismo como el Amén, la afirmación final de la verdad, el que es fiel y digno de confianza. Él es el principio de la creación de Dios, el origen de todo lo que existe, y por lo tanto, su palabra tiene autoridad absoluta.
Laodicea era una ciudad conocida por su autosuficiencia. Tras un terremoto que la había devastado años atrás, sus habitantes habían reconstruido la ciudad sin pedir ayuda a Roma, orgullosos de su capacidad para salir adelante por sí mismos. Este espíritu de independencia y autosuficiencia se había infiltrado en la iglesia, llevándola a un estado de complacencia espiritual.
Jesús continuó: *“Conozco tus obras, que no eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! Pero porque eres tibio, y no frío ni caliente, estoy por vomitarte de mi boca”* (Apocalipsis 3:15-16). La imagen de la tibieza era particularmente impactante para los laodicenses. La ciudad dependía de un acueducto que traía agua desde Hierápolis, una ciudad cercana conocida por sus aguas termales. Para cuando el agua llegaba a Laodicea, ya no estaba caliente como en Hierápolis, ni fresca como en Colosas, otra ciudad vecina. Estaba tibia, insípida y desagradable. De la misma manera, la iglesia de Laodicea había perdido su fervor espiritual. No eran fríos, es decir, no estaban completamente alejados de Dios, pero tampoco eran calientes, llenos de pasión y devoción. Su tibieza era repugnante para el Señor.
Jesús les dijo: *“Porque dices: ‘Soy rico, me he enriquecido y de nada tengo necesidad’, y no sabes que eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo”* (Apocalipsis 3:17). Laodicea era una ciudad rica, famosa por su industria textil y sus ungüentos para los ojos, pero su riqueza material había cegado a la iglesia a su pobreza espiritual. Creían que no necesitaban nada, pero en realidad estaban desnudos ante Dios, carentes de la justicia que solo Él puede proveer.
Entonces, Jesús les ofreció la solución: *“Te aconsejo que de mí compres oro refinado en el fuego para que seas rico, y vestiduras blancas para que te vistas y no se descubra la vergüenza de tu desnudez, y colirio para ungir tus ojos y que puedas ver”* (Apocalipsis 3:18). El oro refinado en el fuego representa la fe genuina, probada y purificada por las pruebas. Las vestiduras blancas simbolizan la justicia de Cristo, que cubre nuestra desnudez espiritual. Y el colirio es la iluminación del Espíritu Santo, que nos permite ver nuestra verdadera condición y la gloria de Dios.
Jesús continuó con palabras de amor y corrección: *“Yo reprendo y disciplino a todos los que amo; sé, pues, celoso y arrepiéntete”* (Apocalipsis 3:19). Aunque sus palabras eran duras, estaban motivadas por un amor profundo. Jesús no deseaba condenar a la iglesia, sino restaurarla. Les llamó a ser celosos, a encenderse nuevamente en su devoción, y a arrepentirse de su tibieza.
Luego, Jesús hizo una promesa llena de esperanza: *“He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él y cenaré con él, y él conmigo”* (Apocalipsis 3:20). Esta imagen es profundamente íntima. En la cultura de la época, compartir una comida era un signo de comunión y amistad. Jesús no estaba afuera, distante e indiferente. Estaba llamando a la puerta del corazón de cada creyente en Laodicea, deseando entrar y restaurar la relación que se había enfriado.
Finalmente, Jesús concluyó con una promesa para los vencedores: *“Al que venza, le daré que se siente conmigo en mi trono, así como yo he vencido y me he sentado con mi Padre en su trono”* (Apocalipsis 3:21). Aquellos que se mantuvieran fieles, que se arrepintieran de su tibieza y buscaran la verdadera riqueza en Cristo, recibirían el privilegio incomparable de reinar con Él en su reino eterno.
La carta a la iglesia de Laodicea es un llamado urgente a examinar nuestro corazón. Nos desafía a dejar atrás la autosuficiencia, la complacencia y la tibieza, y a buscar la verdadera riqueza que solo se encuentra en Cristo. Es una invitación a abrir la puerta de nuestro corazón al Salvador, quien desea entrar y transformar nuestras vidas con su amor y su verdad.