**La Visión de Josué, el Sumo Sacerdote**
En los días del profeta Zacarías, cuando el pueblo de Israel regresaba del exilio en Babilonia y luchaba por reconstruir el templo y su identidad como nación, Dios levantó a Zacarías para traer mensajes de esperanza, restauración y advertencia. Una noche, mientras Zacarías meditaba en las promesas de Dios, el Señor le concedió una visión poderosa y llena de significado.
En la visión, Zacarías se encontró en el atrio celestial, un lugar de majestad indescriptible. El cielo brillaba con una luz dorada, y el aire estaba impregnado de la santidad de Dios. De repente, vio a Josué, el sumo sacerdote de Israel, de pie ante el ángel del Señor. Josué estaba vestido con las ropas sacerdotales, pero estas estaban sucias, manchadas con ceniza y barro, símbolo de la culpa y el pecado del pueblo. A su derecha, Satanás, el acusador, se erguía con una expresión de desprecio, listo para señalar cada falta y cada pecado de Josué y del pueblo.
Satanás comenzó a acusar a Josué con voz llena de veneno: «¿Cómo puede este hombre, lleno de pecado, presentarse ante el Santo de Israel? ¿No ves sus ropas manchadas? ¿No ves la inmundicia de su pueblo? No son dignos de estar en tu presencia, Señor».
Pero antes de que las palabras de Satanás pudieran hundirse más en el corazón de Josué, el ángel del Señor intervino con autoridad divina. Con una voz que resonó como trueno, el ángel reprendió a Satanás: «¡El Señor te reprenda, Satanás! ¡El Señor, que ha escogido a Jerusalén, te reprenda! ¿No es este hombre un tizón arrebatado del fuego?».
En ese momento, Zacarías observó cómo el ángel del Señor se acercaba a Josué con compasión. Con gestos cuidadosos, el ángel le quitó las ropas sucias y las arrojó lejos, como si fueran un recordatorio del pasado que ya no tenía poder sobre él. Luego, el ángel ordenó a los seres celestiales que trajeran vestiduras limpias y blancas, tejidas con la pureza de la justicia divina. Con gran solemnidad, vistieron a Josué con estas nuevas ropas, simbolizando la gracia y el perdón de Dios.
El ángel del Señor se dirigió a Josué con palabras de ánimo: «Mira, he quitado de ti tu pecado y te he vestido de ropas limpias. Si andas en mis caminos y guardas mis mandatos, gobernarás mi casa y custodiarás mis atrios, y te concederé un lugar entre estos que están aquí».
Zacarías, impresionado por la escena, sintió un profundo deseo de entender el significado completo de la visión. Entonces, el ángel del Señor le explicó: «Josué y sus compañeros son un símbolo de lo que Dios hará con su pueblo. Aunque han sido manchados por el pecado y la desobediencia, el Señor los purificará y los restaurará. Él levantará a un Renuevo, un Mesías, que traerá salvación y justicia. Este Renuevo quitará el pecado de la tierra en un solo día».
La visión continuó con una imagen aún más gloriosa. Zacarías vio una piedra con siete ojos, un símbolo de la omnisciencia y el cuidado perfecto de Dios. El ángel explicó: «Esta piedra representa al Mesías, la piedra angular que Dios establecerá. Él traerá juicio sobre la iniquidad y establecerá su reino de paz y justicia».
Al despertar de la visión, Zacarías quedó lleno de asombro y gratitud. Comprendió que Dios no había abandonado a su pueblo, a pesar de sus fracasos. La restauración de Josué era un recordatorio de que la gracia de Dios es más poderosa que el pecado, y que el futuro de Israel estaba asegurado en las promesas del Mesías venidero.
Desde ese día, Zacarías compartió la visión con el pueblo, animándolos a confiar en el Señor y a caminar en obediencia. Les recordó que, aunque sus ropas estaban manchadas, Dios estaba listo para vestirlos con su justicia y hacer de ellos un pueblo santo, preparado para el cumplimiento de sus promesas eternas. Y así, la visión de Josué se convirtió en un faro de esperanza, señalando hacia el día en que el Renuevo, Jesucristo, quitaría el pecado del mundo y establecería su reino para siempre.