Biblia Sagrada

Pablo ante Félix: Defensa y Fe Inquebrantable

**La Defensa de Pablo ante Félix**

El sol brillaba intensamente sobre la ciudad de Cesarea, iluminando las blancas paredes del palacio de Herodes, donde el gobernador romano Félix residía. La atmósfera estaba cargada de tensión, pues el apóstol Pablo, un hombre pequeño de estatura pero de gran convicción, había sido llevado ante el tribunal para enfrentar acusaciones graves. Los líderes judíos habían viajado desde Jerusalén, acompañados de un orador llamado Tértulo, quien había sido contratado para presentar el caso en contra de Pablo.

El salón del tribunal estaba lleno de espectadores. Los soldados romanos, con sus armaduras relucientes, custodiaban las entradas, mientras los líderes judíos, con sus túnicas largas y barbas cuidadosamente arregladas, se sentaban en primera fila. Pablo, aunque encadenado, mantenía una expresión serena. Sus ojos brillaban con una paz que solo podía provenir de su profunda fe en Cristo.

Tértulo se levantó para hablar. Con voz elocuente y gestos dramáticos, comenzó su acusación: «Excelentísimo Félix, gracias a tu sabiduría y justicia, disfrutamos de una gran paz en esta región. Siempre te estamos agradecidos. Pero hoy, hemos venido para exponer un grave problema. Este hombre, Pablo, es un perturbador del orden público. Es una plaga que incita a los judíos a rebelarse por todo el mundo. Es un líder de la secta de los nazarenos, y hasta intentó profanar el templo. Por eso lo arrestamos. Si lo interrogas, verás que nuestras acusaciones son ciertas».

Los judíos asintieron con fervor, murmurando entre sí. Félix, un hombre astuto y experimentado, escuchó con atención. Sabía que las tensiones entre los judíos y los seguidores de Jesús eran altas, pero también conocía la reputación de Pablo como un hombre de integridad. Con un gesto, indicó que era el turno de Pablo para defenderse.

Pablo se levantó lentamente, las cadenas tintineando suavemente. Miró directamente a Félix y comenzó a hablar con una voz clara y firme: «Excelentísimo Félix, sé que has sido juez de esta nación por muchos años, por lo que con gusto presento mi defensa ante ti. Hace apenas doce días que subí a Jerusalén para adorar, y en ningún momento me encontraron discutiendo con alguien ni incitando a la multitud, ni en el templo, ni en las sinagogas, ni en la ciudad. No pueden probar ninguna de las acusaciones que están presentando contra mí».

Pablo hizo una pausa, permitiendo que sus palabras resonaran en la sala. Luego continuó: «Sin embargo, te confieso que sirvo al Dios de nuestros padres según el Camino que ellos llaman una secta. Creo todo lo que está escrito en la Ley y en los Profetas, y tengo la misma esperanza en Dios que estos hombres: que habrá una resurrección de justos e injustos. Por eso, me esfuerzo por mantener siempre una conciencia limpia delante de Dios y de los hombres».

El apóstol miró directamente a sus acusadores y añadió: «Después de varios años, vine a traer ofrendas para los pobres y a presentar mis sacrificios. Fue entonces cuando me encontraron en el templo, purificado, sin multitud ni alboroto. Algunos judíos de Asia fueron los que deberían estar aquí acusándome, si es que tienen algo contra mí. Pero como no están, que estos mismos que están presentes digan qué crimen encontraron en mí cuando me presenté ante el concilio, a menos que sea por esta única declaración que hice en voz alta: ‘Es por la resurrección de los muertos que soy juzgado hoy ante ustedes'».

Félix escuchó con atención. Sabía que las acusaciones eran más políticas que legales. Además, estaba familiarizado con el Camino, como se llamaba al cristianismo en aquel entonces, y sentía curiosidad por las enseñanzas de Pablo. Sin embargo, decidió posponer el veredicto. «Cuando venga el tribuno Lisias, decidiré vuestro caso», dijo. Luego, ordenó que Pablo fuera custodiado, pero con cierta libertad, permitiendo que sus amigos lo visitaran y atendieran sus necesidades.

Días después, Félix, acompañado de su esposa Drusila, que era judía, mandó llamar a Pablo. Quería escuchar más sobre la fe en Cristo. Pablo, viendo la oportunidad, les habló con franqueza sobre la justicia, el dominio propio y el juicio venidero. Sus palabras eran tan poderosas que Félix se sintió profundamente perturbado. «Basta por ahora», dijo el gobernador. «En otro momento te escucharé». Sin embargo, Félix esperaba que Pablo le ofreciera dinero para obtener su libertad, por lo que lo llamaba con frecuencia para conversar.

Así pasaron dos años. Pablo permaneció en prisión, pero su influencia crecía. Muchos en Cesarea escucharon el evangelio gracias a su testimonio. Finalmente, Félix fue reemplazado por Porcio Festo, pero antes de irse, dejó a Pablo en prisión para ganarse el favor de los judíos. Sin embargo, la obra de Dios no podía ser detenida. Pablo, aunque encadenado, seguía siendo un instrumento poderoso en las manos del Señor, proclamando el mensaje de salvación a todos los que lo escuchaban.

Y así, en medio de las cadenas y las dificultades, el evangelio avanzaba, demostrando una vez más que las cadenas de los hombres no pueden detener la Palabra de Dios.

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