**La Gran Pascua de Josías**
En los días del rey Josías, un hombre temeroso de Dios y fiel a los mandamientos del Señor, ocurrió un evento que quedó grabado en la memoria de Judá como un momento de gran solemnidad y celebración. Josías, quien había ascendido al trono a la tierna edad de ocho años, había dedicado su vida a restaurar la adoración al Dios verdadero y a eliminar la idolatría de la tierra. Había reparado el templo del Señor, destruido los altares paganos y guiado al pueblo de regreso a la ley de Moisés.
Fue en el año dieciocho de su reinado cuando Josías decidió celebrar la Pascua en Jerusalén, tal como lo había ordenado el Señor a través de Moisés. Esta no sería una Pascua cualquiera, sino una celebración sin precedentes, que recordaría a las grandes festividades de los días de Samuel y Salomón.
Josías convocó a todos los ancianos de Judá y Jerusalén, a los sacerdotes y levitas, y a todo el pueblo, desde el más pequeño hasta el más grande. Con voz firme y llena de convicción, les dijo: «El Señor, nuestro Dios, nos ha llamado a recordar su liberación. Él nos sacó de Egipto con mano poderosa y brazo extendido. Hoy, renovaremos nuestro pacto con Él y celebraremos la Pascua como nunca antes se ha hecho».
Los levitas, quienes habían sido consagrados para el servicio en el templo, se prepararon con diligencia. Josías les entregó treinta mil corderos y cabritos para la ofrenda de la Pascua, además de tres mil bueyes. Estos animales fueron provistos de los rebaños del rey, pero también hubo contribuciones generosas de los príncipes, sacerdotes y levitas, quienes dieron voluntariamente para la celebración.
El rey ordenó a los levitas que llevaran el arca del pacto al lugar santísimo, ya que desde los días de Salomón no había sido colocada en su lugar adecuado. «No la llevéis más de un lado a otro», les dijo Josías. «El arca pertenece al templo del Señor, y allí debe permanecer».
Los levitas, vestidos con sus túnicas blancas y purificados según la ley, se dispusieron a servir. Algunos se encargaron de preparar los corderos para el sacrificio, mientras otros guiaban al pueblo en cánticos de alabanza. Los sacerdotes rociaban la sangre de los animales sobre el altar, recordando al pueblo que la vida está en la sangre y que solo a través del sacrificio podían ser perdonados sus pecados.
El aroma de la carne asada se elevaba hacia el cielo, mezclándose con el humo del incienso que los sacerdotes quemaban en honor al Señor. El sonido de las trompetas y los címbalos resonaba en el aire, y las voces del pueblo se unían en alabanza: «¡Bendito sea el Señor, el Dios de Israel, de eternidad a eternidad!».
Josías, como líder piadoso, no se limitó a observar desde lejos. Él mismo participó activamente en la celebración. Se paró frente al pueblo y les recordó las palabras de la ley: «Este es el cordero de la Pascua, que nuestros padres comieron en Egipto la noche en que el ángel de la muerte pasó por encima de sus casas. Hoy, nosotros también recordamos que el Señor es nuestro libertador».
Los levitas, instruidos por el rey, guiaron al pueblo en la preparación de las ofrendas. Algunos cocinaron los corderos, otros hornearon los panes sin levadura, y otros más prepararon las hierbas amargas. Todo se hizo con orden y reverencia, siguiendo las instrucciones que Moisés había recibido en el monte Sinaí.
La celebración duró siete días, durante los cuales el pueblo comió la Pascua, ofreció sacrificios de paz y se regocijó ante el Señor. Nunca antes, desde los días del profeta Samuel, se había celebrado una Pascua tan grande y solemne. Incluso los profetas y sacerdotes de generaciones anteriores no habían visto algo semejante.
Josías, con el corazón lleno de gratitud, oró al Señor: «Oh Dios, tú que nos has dado esta tierra y nos has llamado a ser tu pueblo, recibe nuestras ofrendas y perdona nuestras transgresiones. Que esta Pascua sea un recordatorio de tu fidelidad y de nuestra dependencia de ti».
El Señor miró con agrado la devoción de Josías y del pueblo. Aunque Judá había caído en la idolatría en el pasado, esta celebración marcó un momento de renovación y esperanza. Sin embargo, el profeta Jeremías, quien estaba presente, sabía que el corazón del pueblo era voluble y que pronto podrían volver a apartarse del Señor.
A pesar de esto, la Pascua de Josías quedó como un testimonio del poder de la obediencia y la adoración genuina. Fue un momento en el que el pueblo de Dios se unió para recordar su historia, renovar su pacto y mirar hacia el futuro con esperanza.
Y así, bajo el liderazgo de Josías, Judá experimentó un breve pero glorioso resplandor de fidelidad, un destello de lo que podría ser cuando el pueblo camina en obediencia al Señor. Esta Pascua no solo fue una celebración del pasado, sino también una anticipación del Cordero perfecto que un día vendría a quitar el pecado del mundo.