Biblia Sagrada

El Pacto Eterno de Dios con David: Promesa de un Reino Perpetuo

**La Promesa de Dios a David: Un Pacto Eterno**

En los días en que David reinaba sobre Israel, después de haber establecido su trono en Jerusalén y haber llevado el arca del pacto a la Ciudad de David, el rey se sentó en su palacio de cedro, rodeado de paz y prosperidad. El Señor le había dado descanso de todos sus enemigos, y David, con el corazón lleno de gratitud, reflexionaba sobre las bendiciones que Dios le había otorgado.

Una tarde, mientras el sol se ocultaba detrás de las colinas de Judá, David llamó al profeta Natán y le dijo: «Mira, yo habito en una casa de cedro, pero el arca de Dios está bajo cortinas de lona. ¿No es esto algo que debe ser corregido? ¿No debería el Dios de Israel habitar en una casa digna de su gloria?»

Natán, movido por el celo de David, respondió: «Ve y haz todo lo que está en tu corazón, porque el Señor está contigo». Pero esa misma noche, la palabra del Señor vino a Natán, diciendo: «Ve y dile a mi siervo David: ‘Así dice el Señor: ¿Eres tú quien me edificará una casa para que yo more en ella? Porque desde el día en que saqué a Israel de Egipto hasta hoy, no he habitado en una casa, sino que he andado en una tienda y en un tabernáculo. En todo lugar donde he andado con todos los hijos de Israel, ¿hablé alguna palabra a alguna de las tribus de Israel, a quienes mandé apacentar a mi pueblo, diciendo: ¿Por qué no me habéis edificado una casa de cedro?'»

El profeta, con temor reverente, continuó transmitiendo el mensaje divino: «Ahora, pues, dirás así a mi siervo David: ‘Así dice el Señor de los ejércitos: Yo te tomé del redil, de detrás de las ovejas, para que fueses príncipe sobre mi pueblo, sobre Israel. He estado contigo en todo cuanto has emprendido, y he cortado delante de ti a todos tus enemigos. Te haré un nombre grande, como el de los grandes que están en la tierra. Además, yo fijaré un lugar para mi pueblo Israel, y lo plantaré para que habite en su lugar y no sea más removido, ni los hijos de iniquidad lo aflijan más, como al principio, desde el día en que puse jueces sobre mi pueblo Israel. Y a ti te daré descanso de todos tus enemigos.

Asimismo, el Señor te hace saber que él te edificará una casa. Y cuando tus días sean cumplidos, y duermas con tus padres, yo levantaré después de ti a uno de tu linaje, el cual procederá de tus entrañas, y afirmaré su reino. Él edificará casa a mi nombre, y yo afirmaré para siempre el trono de su reino. Yo seré a él padre, y él me será a mí hijo. Y si él hiciere mal, yo le castigaré con vara de hombres, y con azotes de hijos de hombres; pero mi misericordia no se apartará de él como la aparté de Saúl, al cual quité de delante de ti. Y será afirmada tu casa y tu reino para siempre delante de tu rostro; y tu trono será estable eternamente.'»

Natán, con voz solemne, comunicó todas estas palabras a David, tal como el Señor se las había revelado. Al escuchar el mensaje, David se levantó de su asiento y entró en el tabernáculo donde estaba el arca del pacto. Allí, postrado ante el Señor, oró con un corazón humilde y agradecido.

«¿Quién soy yo, Señor Dios, y qué es mi casa, para que me hayas traído hasta aquí? Y aun esto te ha parecido poco, oh Señor Dios, pues también has hablado de la casa de tu siervo en lo por venir. ¿Qué más puede decir David delante de ti? Pues tú conoces a tu siervo, oh Señor Dios. Por la palabra tuya, y conforme a tu corazón, has hecho todas estas grandes cosas, haciéndolas saber a tu siervo. Por tanto, tú eres grande, oh Señor Dios, porque no hay como tú, ni hay Dios fuera de ti, conforme a todo lo que hemos oído con nuestros oídos.»

David continuó su oración, reconociendo la grandeza de Dios y su fidelidad hacia Israel. «¿Y qué nación hay en la tierra como tu pueblo Israel, a quien Dios fue a redimir para sí, y hacerle un nombre, y hacer con ellos grandes cosas y terribles, para tu tierra, echando fuera delante de tu pueblo, que tú rescataste para ti de Egipto, a las naciones y a sus dioses? Porque tú, oh Señor, has constituido a tu pueblo Israel por pueblo tuyo para siempre; y tú, oh Señor, has sido su Dios.»

Finalmente, David concluyó su oración con una súplica: «Ahora, pues, oh Señor Dios, confirma para siempre la palabra que has hablado sobre tu siervo y sobre su casa, y haz como has dicho. Y sea engrandecido tu nombre para siempre, y se diga: ‘El Señor de los ejércitos es Dios sobre Israel’; y sea la casa de tu siervo David establecida delante de ti. Porque tú, oh Señor de los ejércitos, Dios de Israel, has revelado al oído de tu siervo, diciendo: ‘Yo te edificaré casa.’ Por tanto, tu siervo ha hallado ánimo para orar esta oración delante de ti. Ahora, pues, oh Señor Dios, tú eres Dios, y tus palabras son verdad, y tú has prometido este bien a tu siervo. Ten ahora a bien bendecir la casa de tu siervo, para que permanezca perpetuamente delante de ti; porque tú, oh Señor Dios, lo has dicho, y con tu bendición será bendita la casa de tu siervo para siempre.»

Y así, David, el pastor convertido en rey, recibió la promesa de un pacto eterno. Dios no permitiría que David le construyera una casa de cedro, pero en su lugar, le prometió que su linaje sería establecido para siempre, y que de su descendencia nacería el Rey eterno, cuyo trono jamás sería derribado. Esta promesa no solo confirmó el reinado de David, sino que también apuntó hacia el Mesías venidero, Jesucristo, quien establecería un reino que no tendría fin.

Desde aquel día, David vivió con la certeza de que su legado no sería solo terrenal, sino eterno, porque el Dios de Israel había hablado, y sus promesas son fieles y verdaderas.

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