**La Conquista de los Reyes: Un Relato de Victoria y Fidelidad**
En los días en que Josué, siervo del Señor, guiaba a los hijos de Israel hacia la tierra prometida, el Señor había prometido entregar en sus manos a todos los reyes y naciones que se opusieran a Su pueblo. El capítulo 12 del libro de Josué es un testimonio de la fidelidad de Dios y de las victorias que Él concedió a Israel. Esta es la historia de aquellos días, narrada con detalle y reverencia.
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Después de cruzar el Jordán y tomar posesión de Jericó y Hai, el pueblo de Israel se preparó para enfrentar a los reyes que habitaban en Canaán. Estos reyes, aunque poderosos en número y en fortaleza, no podían resistir el poder del Dios de Israel, quien peleaba por Su pueblo. Josué, lleno de fe y obediencia, siguió las instrucciones del Señor al pie de la letra, y así comenzó una serie de batallas que quedarían grabadas en la memoria de Israel para siempre.
El primer rey en caer fue Sijón, el rey amorreo que gobernaba en Hesbón. Sijón era un hombre temido en la región, conocido por su crueldad y su deseo de expansión. Había salido al encuentro de Israel con un ejército numeroso, confiado en su fuerza. Pero el Señor había endurecido su corazón, como lo había hecho con Faraón en Egipto, para mostrar Su gloria. Josué y sus hombres, guiados por la mano divina, derrotaron a Sijón y tomaron su tierra, desde el río Arnón hasta el río Jaboc. Las ciudades de Hesbón, Dibón y Medeba cayeron una tras otra, y el pueblo de Israel vio cómo el Señor cumplía Sus promesas.
Luego vino Og, el rey de Basán, un gigante de la estatura de los anaquim, que habitaba en Astarot y Edrei. Og era un hombre imponente, cuyo lecho de hierro medía nueve codos de largo y cuatro de ancho, un símbolo de su poder y dominio. Pero ni su tamaño ni su fuerza pudieron salvarlo del juicio de Dios. Josué, confiando en la promesa del Señor, enfrentó a Og y lo derrotó en batalla. Toda la tierra de Basán, con sus ciudades y aldeas, pasó a manos de Israel. El pueblo recordaría por generaciones cómo el Señor había entregado a estos dos reyes en sus manos, mostrando que no hay enemigo que pueda resistir Su poder.
Con el tiempo, Josué y los hijos de Israel avanzaron hacia el oeste, hacia la región montañosa, el valle y las llanuras. Allí se encontraron con una coalición de reyes cananeos que se unieron para hacer frente a la amenaza de Israel. Estos reyes, aunque numerosos, no tenían la bendición del Dios verdadero. Uno a uno, cayeron ante el ejército de Israel.
En el sur, el rey de Jerusalén, el rey de Hebrón, el rey de Jarmut, el rey de Laquis y el rey de Eglón se unieron para luchar contra Josué. Pero el Señor envió granizo desde el cielo y confusión en sus filas, y Josué los derrotó en Gabaón. Las ciudades de Makkeda, Libna, Geder, Eglón y Debir cayeron bajo el dominio de Israel. Cada victoria era un recordatorio de que el Señor estaba con ellos.
En el norte, el rey de Hazor, el más poderoso de todos, reunió a los reyes de Madón, Simrón, Acsaf y otros para formar una gran alianza. Sus ejércitos eran tan numerosos como la arena a la orilla del mar, y sus carros de hierro parecían invencibles. Pero Josué, siguiendo las instrucciones del Señor, los atacó por sorpresa en las aguas de Merom. El Señor entregó a estos reyes en manos de Israel, y Josué quemó Hazor hasta los cimientos, cumpliendo así el mandato de no dejar nada que pudiera tentar al pueblo a la idolatría.
Uno a uno, los reyes fueron derrotados: el rey de Tirsá, el rey de Gezer, el rey de Dor, el rey de Geder, el rey de Horma, el rey de Arad, el rey de Adulam, el rey de Betel, el rey de Tapúa, el rey de Hefer, el rey de Afec, el rey de Sarón, el rey de Madón, el rey de Hazor, el rey de Simeón, el rey de Acsaf, el rey de Taanac, el rey de Meguido, el rey de Quedes, el rey de Jocneam, el rey de Dor, el rey de Goim y el rey de Tirsa. Treinta y un reyes en total cayeron ante el poder del Señor y la obediencia de Su pueblo.
Cada batalla, cada ciudad tomada, era un paso más hacia el cumplimiento de la promesa que Dios había hecho a Abraham, Isaac y Jacob. La tierra que manaba leche y miel estaba siendo entregada a Israel, no por su fuerza o mérito, sino por la gracia y el poder de Dios. Josué, como líder fiel, guió al pueblo con sabiduría y valor, recordándoles siempre que la victoria venía del Señor.
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Así, el capítulo 12 de Josué no es solo una lista de reyes derrotados, sino un testimonio de la fidelidad de Dios. Cada nombre, cada ciudad, cada batalla, cuenta la historia de un Dios que cumple Sus promesas y de un pueblo que, al seguir Sus mandamientos, experimenta Su bendición. Que esta historia nos recuerde que, en nuestras propias batallas, el Señor es nuestro escudo y nuestra fortaleza, y que con Él, ninguna fuerza enemiga puede prevalecer.