Biblia Sagrada

El Diluvio: Noé y el Pacto de Dios

**El Diluvio: La Gran Inundación**

En aquellos días, la maldad del ser humano se había multiplicado sobre la faz de la tierra. Cada pensamiento del corazón del hombre era continuamente inclinado hacia el mal, y la violencia llenaba cada rincón de la creación. Dios, viendo la corrupción que había en la tierra, se entristeció profundamente en su corazón. Decidió que pondría fin a toda vida, pues la maldad del hombre era grande y toda intención de su corazón era solo hacer el mal continuamente. Sin embargo, en medio de aquella generación perversa, había un hombre que halló gracia ante los ojos de Dios: Noé.

Noé era un hombre justo, íntegro entre los hombres de su tiempo, y caminaba con Dios. Había recibido instrucciones precisas del Señor para construir un arca de madera de gofer, una embarcación gigantesca que sería el refugio para su familia y para toda clase de animales. Dios le había dicho: «He decidido el fin de todo ser viviente, porque la tierra está llena de violencia a causa de ellos. He aquí, yo los destruiré con la tierra. Pero contigo estableceré mi pacto, y entrarás en el arca tú, tus hijos, tu mujer y las mujeres de tus hijos contigo.»

Noé obedeció fielmente. Durante años, trabajó incansablemente en la construcción del arca, mientras predicaba a sus contemporáneos sobre el juicio venidero. Pero nadie le creyó. Las risas y burlas de la gente resonaban en sus oídos, pero Noé no se desanimó. Sabía que Dios cumpliría su palabra.

Finalmente, llegó el día señalado. Dios le dijo a Noé: «Entra tú y toda tu casa en el arca, porque he visto que tú eres justo delante de mí en esta generación. De todo animal limpio tomarás siete parejas, macho y hembra; y de los animales que no son limpios, una pareja, macho y hembra. También de las aves de los cielos, siete parejas, macho y hembra, para conservar viva la especie sobre la faz de la tierra. Porque dentro de siete días haré llover sobre la tierra cuarenta días y cuarenta noches, y exterminaré de la faz de la tierra a todo ser viviente que hice.»

Noé hizo todo conforme a lo que Dios le mandó. Junto con su esposa, sus tres hijos—Sem, Cam y Jafet—y sus nueras, entraron en el arca. Los animales, guiados por el instinto divino, llegaron en parejas, en grupos, y entraron en el arca. El sonido de sus pasos resonaba en la madera mientras Noé los guiaba a sus lugares designados. El arca se llenó de vida: rugidos de leones, balidos de ovejas, graznidos de aves y el susurro de los insectos. Era un microcosmos de la creación, un testimonio de la fidelidad de Dios hacia su siervo.

Entonces, el cielo comenzó a cambiar. Nubes oscuras y pesadas se acumularon en el horizonte, y un silencio solemne cayó sobre la tierra. De repente, el sonido de las primeras gotas de lluvia golpeó el techo del arca. Era un sonido suave al principio, pero pronto se convirtió en un estruendo ensordecedor. Las aguas del diluvio cayeron del cielo como nunca antes se había visto. Al mismo tiempo, las fuentes del gran abismo se rompieron, y aguas subterráneas brotaron con fuerza, inundando la tierra.

El agua subió y subió, cubriendo las montañas más altas. Los árboles, las casas, los campos y las ciudades quedaron sumergidos bajo las aguas embravecidas. Los gritos de desesperación de aquellos que se habían burlado de Noé se perdieron en el rugido del diluvio. La tierra entera quedó cubierta, y todo ser viviente que respiraba murió, excepto aquellos que estaban dentro del arca.

Dentro del arca, Noé y su familia escuchaban el sonido de la lluvia y el golpeteo de las olas contra las paredes de madera. El arca se mecía suavemente, flotando sobre las aguas infinitas. Noé sabía que Dios estaba cumpliendo su palabra, pero también confiaba en que el Señor los guardaría a salvo. Durante cuarenta días y cuarenta noches, la lluvia no cesó. Las aguas cubrieron la tierra por ciento cincuenta días, y el arca flotó sobre la superficie de un mundo transformado.

Dentro del arca, la vida continuaba. Noé y su familia cuidaban de los animales, alimentándolos y asegurándose de que estuvieran cómodos. Las noches eran largas y oscuras, pero la presencia de Dios estaba con ellos. Noé recordaba las palabras del Señor: «Estableceré mi pacto contigo, y entrarás en el arca.» Sabía que, aunque el juicio era severo, la misericordia de Dios también era grande.

Finalmente, las aguas comenzaron a descender. El arca se posó sobre las montañas de Ararat, y Noé esperó pacientemente. Después de muchos días, envió un cuervo y luego una paloma para ver si las aguas habían bajado. La paloma regresó con una hoja de olivo en su pico, señal de que la tierra estaba volviendo a la vida. Noé supo que el juicio había terminado y que Dios estaba restaurando la creación.

Cuando las aguas se secaron por completo, Dios habló a Noé: «Sal del arca tú, y tu mujer, y tus hijos, y las mujeres de tus hijos contigo. Saca también a todos los animales que están contigo, para que se esparzan sobre la tierra, sean fecundos y se multipliquen.»

Noé obedeció. Salieron del arca, y el sol brilló sobre un mundo nuevo. Noé construyó un altar y ofreció sacrificios a Dios en acción de gracias. El Señor olió el aroma agradable y dijo en su corazón: «No volveré a maldecir la tierra por causa del hombre, aunque el corazón del hombre es inclinado al mal desde su juventud. Tampoco volveré a destruir todo ser viviente como lo he hecho.»

Dios estableció un pacto con Noé y sus descendientes, poniendo el arco iris en las nubes como señal de su promesa. Nunca más las aguas se convertirían en un diluvio para destruir toda carne. El arco iris sería un recordatorio eterno de la misericordia y fidelidad de Dios, incluso en medio del juicio.

Así, la historia del diluvio nos enseña sobre la justicia y la misericordia de Dios. Él es santo y no puede tolerar el pecado, pero también es compasivo y fiel a aquellos que caminan con Él. Noé, el hombre que halló gracia ante los ojos de Dios, se convirtió en un ejemplo de obediencia y fe, recordándonos que, aunque el mundo parezca perdido, Dios siempre tiene un plan de redención.

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