Biblia Sagrada

José: Integridad en la Adversidad en Egipto

En la tierra de Egipto, donde el sol abrasador caía sobre las arenas doradas y el río Nilo serpenteaba como una cinta de vida, José, el hijo de Jacob, había sido llevado como esclavo. Aunque su vida había tomado un giro inesperado, la mano de Dios estaba sobre él, y su presencia se manifestaba en cada paso que daba. José había sido vendido a Potifar, un oficial del faraón y capitán de la guardia, un hombre influyente y respetado en la corte egipcia.

Desde el momento en que José llegó a la casa de Potifar, su diligencia y sabiduría llamaron la atención de todos. No pasó mucho tiempo antes de que Potifar se diera cuenta de que José no era un esclavo común. El Señor estaba con José, y todo lo que él hacía prosperaba. Potifar, viendo la bendición que José traía a su hogar, lo puso a cargo de toda su casa y confió en él con todo lo que poseía. Desde los graneros hasta los sirvientes, todo estaba bajo la supervisión de José. La casa de Potifar floreció como nunca antes, y la paz reinaba en aquel lugar.

Pero no todo era sencillo. La esposa de Potifar, una mujer de gran belleza pero de corazón inquieto, comenzó a fijarse en José. Él era un joven apuesto, de rostro noble y mirada sincera, y ella no podía evitar sentirse atraída por él. Día tras día, ella lo observaba mientras trabajaba, y su deseo crecía como una llama que no podía ser apagada. Un día, cuando los sirvientes estaban ocupados en otras tareas y la casa estaba en silencio, ella se acercó a José con intenciones que no eran puras.

—José —dijo ella con una voz suave pero llena de intención—, ven y acuéstate conmigo.

José, al escuchar sus palabras, sintió un escalofrío recorrer su cuerpo. Sabía que lo que ella le pedía era un pecado contra Dios y contra su amo, quien había depositado en él toda su confianza. Con firmeza, pero con respeto, José respondió:

—Mi amo ha confiado en mí con todo lo que tiene en esta casa. No hay nada que no me haya entregado, excepto a ti, porque eres su esposa. ¿Cómo, pues, podría yo hacer este mal tan grande y pecar contra Dios?

La mujer, frustrada pero no derrotada, insistió día tras día, pero José se mantuvo firme en su integridad. Rechazaba sus avances con palabras claras y acciones decididas, sabiendo que su lealtad a Dios y a Potifar era más importante que cualquier placer momentáneo.

Un día, cuando la casa estaba casi vacía y solo ellos dos se encontraban en ella, la mujer de Potifar vio su oportunidad. Agarró el manto de José y le dijo:

—¡Acuéstate conmigo!

Pero José, con un movimiento rápido, se liberó de su agarre y salió corriendo, dejando su manto en sus manos. La mujer, llena de ira y humillación, decidió vengarse. Tomó el manto de José y lo guardó, esperando el momento adecuado para usarlo en su contra.

Cuando Potifar regresó a casa, ella se acercó a él con lágrimas en los ojos y una historia falsa en sus labios.

—Mira —dijo, mostrando el manto de José—, el esclavo hebreo que nos trajiste se burló de mí. Entró a mi habitación y trató de acostarse conmigo, pero yo grité con todas mis fuerzas, y él huyó, dejando su manto aquí.

Potifar, al escuchar las palabras de su esposa, se llenó de ira. Sin preguntar más, ordenó que José fuera encarcelado en la prisión donde estaban los prisioneros del rey. Aunque José era inocente, no tuvo oportunidad de defenderse. Fue llevado a la cárcel, donde las cadenas pesadas y las sombras oscuras parecían querer ahogar su espíritu.

Pero incluso en la prisión, la mano de Dios estaba con José. El jefe de la cárcel, viendo la conducta intachable de José, pronto lo puso a cargo de todos los prisioneros y de todo lo que sucedía en aquel lugar. José administraba todo con sabiduría y justicia, y el Señor hacía prosperar todo lo que él hacía. Aunque estaba encerrado tras los gruesos muros de la prisión, su fe no flaqueaba, y su confianza en Dios seguía siendo inquebrantable.

Así, en medio de la adversidad, José continuó siendo un ejemplo de integridad y fidelidad. Aunque las circunstancias parecían estar en su contra, Dios tenía un plan mayor, un plan que se revelaría en el tiempo perfecto. Y mientras tanto, José seguía adelante, confiando en que el Señor nunca lo abandonaría.

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