Biblia Sagrada

La Consagración de Aarón y los Levitas en el Desierto

**La Consagración de los Sacerdotes y los Levitas**

En aquellos días, después de que el pueblo de Israel había sido liberado de Egipto y vagaba por el desierto bajo la guía de Moisés, el Señor estableció un orden sagrado para el servicio en el tabernáculo. El capítulo 18 del libro de Números relata cómo Dios designó a Aarón y a sus descendientes como sacerdotes, y a la tribu de Leví como sus ayudantes, para llevar a cabo las tareas sagradas relacionadas con el culto y la adoración.

El Señor habló a Aarón con una voz clara y solemne, diciendo: «Tú, tus hijos y la casa de tu padre contigo, llevaréis la culpa relacionada con el santuario. También tus hermanos, la tribu de Leví, la tribu de tu padre, los traerás contigo para que se unan a ti y te sirvan; pero tú y tus hijos con vosotros serviréis delante de la tienda del testimonio. Ellos cumplirán sus deberes para contigo y para todo el servicio de la tienda; pero no se acercarán a los utensilios sagrados ni al altar, para que no mueran, tanto ellos como vosotros. Se unirán a ti y cumplirán los deberes de la tienda de reunión en todo el servicio de la tienda; y ningún extraño se acercará a vosotros».

Aarón escuchó estas palabras con reverencia, sabiendo que el peso de la responsabilidad sacerdotal recaía sobre sus hombros. El tabernáculo, aquel lugar santo donde la presencia de Dios habitaba entre su pueblo, requería un cuidado meticuloso y una pureza absoluta. Aarón y sus hijos debían ser guardianes de la santidad, asegurándose de que todo se hiciera conforme a la voluntad de Dios.

El Señor continuó: «He aquí, yo he tomado a vuestros hermanos los levitas de entre los hijos de Israel; dados a vosotros son como un don del Señor, para que realicen el servicio de la tienda de reunión. Pero tú y tus hijos contigo guardaréis vuestro sacerdocio en todo lo relacionado con el altar y lo que está dentro del velo; y serviréis. Yo os doy el servicio del sacerdocio como un don, y el extraño que se acerque morirá».

Moisés, quien había recibido estas instrucciones directamente de Dios, transmitió fielmente cada palabra a Aarón y a los líderes de la tribu de Leví. Los levitas, hombres consagrados para el servicio divino, se reunieron alrededor del tabernáculo, listos para cumplir con su deber. Sus rostros reflejaban una mezcla de temor y devoción, conscientes de la importancia de su llamado.

El Señor también estableció provisiones para los sacerdotes y los levitas, ya que no recibirían una porción de tierra como las demás tribus de Israel. En su lugar, Dios les concedió los diezmos y las ofrendas que el pueblo traía al tabernáculo. «Todo lo mejor del aceite, y todo lo mejor del mosto y del grano, las primicias de ellos, que den al Señor, te las doy a ti. Las primicias de todo lo que haya en su tierra, que traigan al Señor, serán tuyas; todo el que esté limpio en tu casa podrá comer de ellas».

Aarón y sus hijos recibieron estas palabras con gratitud, sabiendo que el Señor mismo sería su herencia. No necesitarían tierras ni riquezas materiales, porque su porción era el privilegio de servir al Dios viviente y de recibir de su mano las bendiciones espirituales.

El pueblo de Israel, al escuchar estas instrucciones, comprendió la importancia de honrar a los sacerdotes y a los levitas. Traían sus ofrendas con corazones agradecidos, sabiendo que estas contribuciones sostenían el servicio sagrado y mantenían viva la relación entre Dios y su pueblo.

Así, en medio del desierto, bajo el calor del sol y la sombra de las nubes que guiaban su camino, el pueblo de Israel aprendió a vivir en obediencia y reverencia. Aarón y sus hijos, junto con los levitas, cumplieron fielmente su llamado, asegurándose de que el tabernáculo fuera un lugar de encuentro entre el cielo y la tierra, donde la santidad de Dios brillaba en medio de su pueblo.

Y así, la historia de la consagración de los sacerdotes y los levitas quedó grabada en la memoria de Israel, como un recordatorio eterno de que el servicio a Dios es un privilegio sagrado, que requiere devoción, pureza y un corazón dispuesto a obedecer.

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