Biblia Sagrada

La Caída de Babilonia: Juicio y Justicia Divina

**La Caída de Babilonia: Un Juicio Divino**

En los días del profeta Jeremías, el Señor le habló con palabras claras y contundentes acerca del destino de Babilonia, la gran ciudad que se había levantado como un imperio poderoso y arrogante. Babilonia, conocida por su esplendor y su crueldad, había sido usada por Dios como instrumento de juicio contra Judá, pero ahora su propia maldad había llegado al límite, y el Altísimo decidió que era tiempo de que recibiera su merecido.

El profeta Jeremías, lleno del Espíritu de Dios, comenzó a proclamar el mensaje que el Señor le había dado. Con voz solemne, anunció: «Así dice el Señor de los ejércitos, el Dios de Israel: ‘He aquí, yo levanto contra Babilonia y contra los moradores de Leb-kamai un viento destructor. Enviaré a Babilonia aventadores que la avienten y vacíen su tierra; porque en el día de la calamidad estarán contra ella por todas partes'».

El profeta describió cómo Babilonia, que se había enorgullecido de sus murallas imponentes y sus riquezas inmensas, sería humillada. Sus torres, que se alzaban hacia el cielo como si desafiaran al mismo Dios, serían derribadas. Sus calles, llenas de comercio y bullicio, quedarían desoladas. El sonido de los arpas y las flautas, que antes llenaban sus palacios, sería reemplazado por el silencio de la muerte. «Nunca más será habitada, ni será morada de generación en generación», declaró Jeremías.

El Señor le reveló al profeta que Babilonia sería como Sodoma y Gomorra cuando Él las destruyó. No habría restauración para ella, porque su pecado había llegado hasta el cielo, y Dios había recordado sus maldades. «Por tanto, he aquí vienen días en que yo visitaré sus imágenes talladas, y en toda su tierra gemirán los heridos», dijo el Señor.

Jeremías continuó describiendo cómo los ejércitos de las naciones se levantarían contra Babilonia. «Preparad contra ella las naciones, los reyes de Media, sus capitanes y todos sus príncipes, y toda la tierra de su señorío», anunció. El profeta vio en visión cómo los soldados enemigos avanzaban como una marea imparable, rodeando la ciudad por todos lados. Las flechas lloverían sobre sus defensores, y las espadas no tendrían misericordia. «No perdonéis a sus jóvenes; matad a todo hombre de guerra», ordenó el Señor.

El profeta también habló de la justicia divina. Babilonia había sido una copa de oro en la mano del Señor, que había embriagado a todas las naciones. Pero ahora, esa misma copa sería quebrada, y Babilonia bebería el vino de la ira de Dios. «Babilonia ha sido una piedra de tropiezo para todas las naciones; todos los que la beben serán quebrantados», dijo Jeremías.

El profeta describió cómo los habitantes de Babilonia, que antes se burlaban de los pueblos conquistados, ahora huirían despavoridos. «Huid de en medio de Babilonia, y salve cada uno su vida; no perezcáis en su maldad, porque el tiempo es de venganza del Señor; él le dará su pago», advirtió. Los mercaderes que una vez se enriquecieron con el comercio de Babilonia llorarían y se lamentarían, porque nadie compraría más sus mercancías. «¡Ay, ay, la gran ciudad, vestida de lino fino, de púrpura y de escarlata, y adornada de oro, de piedras preciosas y de perlas! Porque en una hora han sido asoladas tantas riquezas».

Jeremías también profetizó que el río Éufrates, que había sido la fuente de vida y prosperidad para Babilonia, se secaría. «Yo secaré sus ríos y sus fuentes, y haré de ella desiertos y tierra seca», dijo el Señor. Sin el agua que la sustentaba, la ciudad quedaría vulnerable y desolada.

El profeta concluyó su mensaje con una advertencia solemne: «Babilonia será montones de ruinas, morada de chacales, espanto y burla, sin morador. Rugirán juntos como leones; gruñirán como cachorros de león. Cuando estén calentados, les prepararé banquete, y los embriagaré para que se alegren, y duerman sueño eterno, y no despierten, dice el Señor».

Así, el juicio de Dios cayó sobre Babilonia, tal como Jeremías lo había anunciado. La gran ciudad, que se había enorgullecido de su poder y riqueza, fue humillada y destruida. Su nombre quedó como un recordatorio de la soberanía de Dios y de la futilidad de confiar en la fuerza humana. «Porque el Señor es el Dios de retribuciones; él ciertamente pagará», declaró Jeremías.

Y así, la palabra del Señor se cumplió, y Babilonia pasó a la historia como un ejemplo de la justicia divina y del poder de Aquel que gobierna sobre todas las naciones.

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