Biblia Sagrada

La Revelación de Daniel junto al Río Tigris

**La Visión de Daniel junto al Río Tigris**

En el tercer año del reinado de Ciro, rey de Persia, Daniel, un hombre de profunda fe y devoción, recibió una revelación que lo dejaría profundamente conmovido. Este hombre, conocido por su integridad y su cercanía con Dios, había sido llevado cautivo desde su juventud en Jerusalén a Babilonia, pero su corazón siempre permaneció fiel al Señor. Aunque ahora vivía bajo el dominio persa, su espíritu seguía anhelando las cosas celestiales.

Una mañana, mientras el sol comenzaba a iluminar el horizonte, Daniel sintió un llamado en su interior. Era como si una voz suave, pero insistente, lo invitara a buscar más de Dios. Decidió entonces apartarse de las distracciones del mundo y dedicarse a la oración y al ayuno. Durante tres semanas completas, Daniel se abstuvo de alimentos delicados, de carne y de vino, y no se ungió con aceite perfumado. Su único deseo era entender la voluntad de Dios y recibir claridad sobre lo que estaba por venir.

Al final de esas tres semanas, Daniel se encontraba junto al gran río Tigris, un lugar tranquilo y apartado, donde podía meditar y orar sin interrupciones. El río fluía con calma, reflejando el cielo azul y las nubes blancas que se movían lentamente. El aire estaba lleno del aroma de la tierra húmeda y de las flores silvestres que crecían en las orillas. Daniel se sentó en la ribera, con su rostro inclinado hacia el suelo, en actitud de humildad y reverencia.

De repente, algo extraordinario sucedió. Daniel levantó la vista y vio a un hombre vestido con ropas de lino fino, con un cinturón de oro puro alrededor de su cintura. Su cuerpo brillaba como una piedra preciosa, y su rostro resplandecía como un relámpago. Sus ojos parecían antorchas encendidas, y sus brazos y pies brillaban como bronce pulido. Su voz resonó como el sonido de una multitud, potente y majestuosa, llenando el aire con una autoridad divina.

Daniel, abrumado por la gloria de aquella presencia, sintió que sus fuerzas lo abandonaban. Cayó de rodillas, temblando, y luego se postró rostro en tierra, completamente abrumado por la santidad y el poder de aquel ser celestial. Un profundo temor lo invadió, y su cuerpo se debilitó hasta el punto de que apenas podía respirar.

El hombre celestial, que era en realidad un ángel enviado por Dios, extendió su mano y tocó a Daniel. Al hacerlo, una corriente de fuerza y paz fluyó a través de él, devolviéndole la calma y la fortaleza. El ángel le dijo con voz suave pero firme: «No temas, Daniel, porque desde el primer día que decidiste buscar entendimiento y humillarte ante tu Dios, tus palabras fueron oídas. Yo he venido en respuesta a tus oraciones.»

Daniel, todavía temblando, logró balbucear unas palabras: «Señor mío, a causa de esta visión, me han sobrevenido dolores y no me queda fuerza. ¿Cómo puede este siervo tuyo hablar contigo, si me falta el aliento y no me quedan fuerzas?»

El ángel lo tocó de nuevo, esta vez con una mano que parecía infundirle una energía sobrenatural. «No temas, hombre muy amado,» le dijo. «La paz sea contigo. Sé fuerte; sí, sé fuerte.»

Mientras Daniel se recuperaba, el ángel continuó hablando: «¿Sabes por qué he venido a ti? He venido para revelarte lo que está escrito en el libro de la verdad. Pero el príncipe del reino de Persia se me opuso durante veintiún días, y he tenido que luchar contra él. Miguel, uno de los principales príncipes, vino en mi ayuda, y así pude venir a ti para darte esta revelación.»

Daniel escuchaba con atención, sintiendo el peso de la batalla espiritual que se libraba en los lugares celestiales. El ángel le explicó que, aunque las fuerzas del mal se oponían a los planes de Dios, el Señor tenía el control de todo. La revelación que Daniel recibiría sería de gran importancia para su pueblo y para las generaciones futuras.

El ángel continuó describiendo las luchas que tendrían lugar entre los reinos de la tierra y cómo Dios intervendría para proteger a su pueblo. Habló de guerras, de conflictos y de tiempos difíciles, pero también de la fidelidad de Dios, que nunca abandonaría a los que confían en Él. Daniel, aunque abrumado por la magnitud de la revelación, sintió una profunda paz al saber que el Señor estaba al tanto de todo y que su pueblo no sería destruido.

Finalmente, el ángel le dijo: «Pero tú, Daniel, cierra las palabras y sella el libro hasta el tiempo del fin. Muchos correrán de aquí para allá, y el conocimiento aumentará.» Con estas palabras, el ángel comenzó a despedirse, pero antes de irse, tocó a Daniel una vez más, infundiéndole fuerzas para que pudiera levantarse y continuar su camino.

Daniel se quedó junto al río, reflexionando sobre todo lo que había visto y oído. Aunque la visión había sido abrumadora, su corazón estaba lleno de gratitud hacia Dios por haberle permitido entender algo de sus planes. Sabía que, aunque los tiempos futuros serían difíciles, el Señor nunca lo abandonaría.

Con un nuevo sentido de propósito, Daniel regresó a su hogar, decidido a seguir sirviendo a Dios con fidelidad y a compartir la revelación que había recibido con aquellos que necesitaran esperanza y consuelo. Y así, el hombre que había sido llevado cautivo desde su juventud se convirtió en un instrumento poderoso en las manos de Dios, recordándole al mundo que, incluso en medio de la oscuridad, la luz de la verdad brilla con más fuerza.

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