**La Escalera al Cielo: El Sueño de Jacob en Betel**
En aquellos días, Jacob, hijo de Isaac y nieto de Abraham, se encontraba en una encrucijada en su vida. Había engañado a su hermano Esaú, robándole la bendición de su padre, y ahora huía de la ira de su hermano, quien había jurado matarlo. Con el corazón pesado y los pies cansados, Jacob emprendió un viaje hacia la tierra de Harán, donde vivía su tío Labán. Era un viaje largo y solitario, pero Jacob sabía que era necesario para salvar su vida.
Al caer la tarde, el sol se ocultó detrás de las colinas, y el cielo se tiñó de tonos dorados y morados. Jacob, exhausto, decidió detenerse a descansar. Encontró un lugar tranquilo, donde la tierra estaba cubierta de piedras y hierbas silvestres. Tomó una de las piedras más grandes y la usó como almohada, reclinándose sobre ella. Aunque el suelo era duro y frío, el cansancio lo venció, y pronto se sumergió en un sueño profundo.
Mientras dormía, Jacob tuvo un sueño que cambiaría su vida para siempre. En su visión, vio una escalera que se extendía desde la tierra hasta el cielo. No era una escalera común, sino una estructura majestuosa, cuyos peldaños brillaban como si estuvieran hechos de luz. Ángeles de Dios subían y bajaban por ella, moviéndose con gracia y propósito. Sus rostros irradiaban una paz celestial, y sus alas desprendían un resplandor que iluminaba la oscuridad de la noche.
En la cima de la escalera, Jacob vio al Señor mismo, de pie, observándolo con una mirada llena de amor y autoridad. Dios le habló con una voz que resonó en lo más profundo de su ser: «Yo soy el Señor, el Dios de tu padre Abraham y el Dios de Isaac. La tierra en la que estás acostado te la daré a ti y a tu descendencia. Tu descendencia será como el polvo de la tierra, y te extenderás hacia el occidente, el oriente, el norte y el sur. Todas las familias de la tierra serán bendecidas por medio de ti y de tu descendencia. Yo estoy contigo, y te guardaré dondequiera que vayas. Te traeré de vuelta a esta tierra, porque no te abandonaré hasta que haya cumplido todo lo que te he prometido».
Las palabras de Dios llenaron el corazón de Jacob de asombro y reverencia. Se dio cuenta de que estaba en un lugar santo, donde el cielo y la tierra se encontraban. Al despertar, Jacob sintió un temor reverente y exclamó: «¡Ciertamente el Señor está en este lugar, y yo no lo sabía!». Se levantó temprano, tomó la piedra que había usado como almohada y la erigió como una columna. Luego, vertió aceite sobre ella, consagrando el lugar como un santuario para Dios. Lo llamó Betel, que significa «Casa de Dios», aunque antes el lugar se llamaba Luz.
Jacob hizo un voto, diciendo: «Si Dios está conmigo y me guarda en este viaje que estoy haciendo, si me da pan para comer y ropa para vestir, y si regreso sano y salvo a la casa de mi padre, entonces el Señor será mi Dios. Esta piedra que he puesto como columna será la casa de Dios, y de todo lo que me des, te daré la décima parte».
Con el corazón lleno de esperanza y fe, Jacob continuó su viaje hacia Harán, sabiendo que Dios estaba con él. El sueño de la escalera al cielo no solo le había revelado la presencia divina, sino que también le había recordado las promesas que Dios había hecho a su abuelo Abraham y a su padre Isaac. Jacob entendió que, a pesar de sus errores y debilidades, Dios tenía un plan para su vida y para las generaciones venideras.
Y así, con cada paso que daba, Jacob llevaba consigo la certeza de que el Dios de sus padres lo guiaba y lo protegería, cumpliendo fielmente sus promesas a través de él. La escalera al cielo no era solo un sueño, sino un recordatorio eterno de que el cielo y la tierra están conectados por la gracia y el amor de Dios, quien nunca abandona a los que confían en Él.