**El Río de Vida: Una Historia Basada en Ezequiel 47**
En el año vigésimo quinto de nuestro cautiverio, al comienzo del año, el décimo día del mes, la mano del Señor vino sobre mí. Yo, Ezequiel, fui llevado en visión a la ciudad santa de Jerusalén. Allí, un varón cuya apariencia era como de bronce reluciente, con un cordel de lino y una caña de medir en la mano, me esperaba junto a la puerta oriental del templo. Su presencia era majestuosa, y su rostro brillaba con la gloria del Señor.
El varón me dijo: «Hijo de hombre, mira con tus ojos, escucha con tus oídos y presta atención a todo lo que te voy a mostrar, porque para esto has sido traído aquí. Declara todo lo que veas a la casa de Israel».
Y así, me guió hacia el umbral del templo. Allí, vi que de debajo del umbral del templo, hacia el oriente, brotaba una corriente de agua. El agua fluía hacia el este, hacia el valle, y salía por el lado sur del altar. El varón me tomó de la mano y me llevó fuera, hacia la puerta exterior que mira hacia el oriente. Allí, el agua corría suavemente, como un arroyo pequeño y humilde.
El varón midió mil codos y me hizo cruzar el agua; esta me llegaba hasta los tobillos. Luego, midió otros mil codos y me hizo cruzar de nuevo; esta vez, el agua me llegaba hasta las rodillas. Midió otros mil codos y me hizo pasar otra vez; ahora, el agua me llegaba hasta la cintura. Finalmente, midió otros mil codos, y el agua se había convertido en un río tan profundo que no podía cruzarlo a pie; solo podía atravesarlo nadando.
Entonces, el varón me dijo: «Hijo de hombre, ¿has visto esto?». Y me llevó de vuelta a la orilla del río. Al mirar hacia atrás, vi que a ambos lados del río crecían árboles frondosos y verdes. Sus hojas no se marchitaban, y sus frutos nunca se acababan. Cada mes daban fruto nuevo, porque las aguas que fluían del santuario los alimentaban. Sus frutos eran para comer, y sus hojas para sanar.
El varón me explicó: «Estas aguas fluyen hacia la región del oriente, descienden al Arabá y entran en el Mar Muerto. Cuando lleguen a sus aguas saladas, estas serán sanadas. Todo ser viviente que se mueva dondequiera que entren estas aguas vivirá. Habrá peces en abundancia, porque estas aguas sanarán todo lo que toquen, y todo lo que entre en contacto con ellas vivirá. Los pescadores estarán junto al Mar Muerto; desde En-gadi hasta En-eglaim habrá lugares para tender redes. Sus peces serán tan numerosos como los del Mar Grande. Pero sus pantanos y lagunas no serán sanados; quedarán para la sal».
Y continuó diciendo: «Junto al río, en ambas riberas, crecerán toda clase de árboles frutales. Sus hojas no se marchitarán, ni faltará su fruto. Cada mes darán fruto nuevo, porque las aguas que los riegan fluyen del santuario. Sus frutos serán para comer, y sus hojas para sanar».
Mientras escuchaba estas palabras, mi corazón se llenó de asombro y reverencia. Comprendí que esta visión no era solo para mí, sino para todo el pueblo de Israel. El río que fluía del templo representaba la vida y la bendición que provienen de la presencia de Dios. Dondequiera que estas aguas llegaran, traían sanidad, vida y prosperidad. El Mar Muerto, que antes era un lugar de muerte y desolación, se transformaría en un lugar lleno de vida y actividad.
El varón me miró con ojos penetrantes y dijo: «Esta es la palabra del Señor: Así como estas aguas traen vida y sanidad, así también mi Espíritu fluirá sobre mi pueblo. Dondequiera que mi presencia llegue, habrá vida en abundancia. Los que estén secos serán refrescados, los que estén enfermos serán sanados, y los que estén muertos en sus pecados resucitarán a una vida nueva».
Y añadió: «Pero el pueblo debe entender que esta bendición no es automática. Deben volverse a mí con todo su corazón, abandonar sus ídolos y caminar en mis caminos. Solo entonces experimentarán la plenitud de esta promesa».
Al despertar de la visión, me sentí abrumado por la grandeza de lo que había visto. El río de vida que fluía del templo era un recordatorio poderoso de que Dios es la fuente de toda vida y bendición. Su deseo es que su pueblo viva en plenitud, pero esto solo es posible cuando caminamos en obediencia y comunión con Él.
Así que me levanté y compartí esta visión con los exiliados. Les dije: «Hermanos, el Señor nos ha mostrado un futuro lleno de esperanza. Él desea sanar nuestras tierras, restaurar nuestras vidas y bendecirnos abundantemente. Pero debemos volvernos a Él con sinceridad y abandonar todo lo que nos aleja de su presencia. Solo entonces veremos el cumplimiento de estas promesas».
Y así, la visión del río de vida se convirtió en un mensaje de esperanza y llamado al arrepentimiento para el pueblo de Israel. Dondequiera que las aguas de Dios fluyan, hay vida, sanidad y bendición. Y esta promesa no solo era para ellos, sino para todos los que creen en el nombre del Señor. Porque Él es el Dios de la vida, y su deseo es que todos vivan en la plenitud de su amor y gracia.