Biblia Sagrada

El Arca del Pacto: David y la Santidad de Dios

**La Historia del Arca del Pacto: 2 Samuel 6**

En los días del rey David, cuando el pueblo de Israel comenzaba a establecerse en la tierra prometida, el arca del pacto de Dios ocupaba un lugar central en la vida espiritual de la nación. El arca, un cofre sagrado cubierto de oro, representaba la presencia misma de Dios entre su pueblo. Dentro de ella se guardaban las tablas de la ley que Moisés había recibido en el monte Sinaí, un frasco de maná y la vara de Aarón que había florecido. Era un símbolo poderoso del pacto entre Dios y su pueblo.

David, después de haber sido ungido como rey sobre todo Israel, decidió que era tiempo de llevar el arca a Jerusalén, la ciudad que había elegido como su capital. Quería que la presencia de Dios estuviera en el corazón de su reino, para que todos supieran que era el Señor quien gobernaba sobre Israel. Con este propósito, reunió a treinta mil hombres escogidos de todo el país y partió hacia Baala de Judá, también conocida como Quiriat-jearim, donde el arca había permanecido desde los días de los filisteos.

El arca estaba en la casa de Abinadab, un hombre piadoso, y su hijo Eleazar había sido consagrado para cuidarla. David y su séquito llegaron con gran entusiasmo y reverencia. Habían preparado una carreta nueva para transportar el arca, la cual fue colocada cuidadosamente sobre ella. Los levitas, quienes según la ley de Moisés debían cargar el arca, no fueron consultados esta vez. En su lugar, los hijos de Abinadab, Uza y Ahío, guiaron la carreta.

El viaje comenzó con gran alegría. David y todo el pueblo cantaban y danzaban delante del Señor con toda clase de instrumentos musicales: arpas, salterios, panderos, flautas y címbalos. El aire se llenaba de alabanzas mientras avanzaban por el camino polvoriento. Sin embargo, en medio de la celebración, ocurrió algo inesperado.

Cuando llegaron a la era de Nacón, los bueyes que tiraban de la carreta tropezaron, y el arca pareció estar a punto de caerse. Uza, temiendo que el arca tocara el suelo, extendió su mano para sostenerla. En ese instante, la ira del Señor se encendió contra Uza, y cayó muerto al lado del arca. El silencio se apoderó de la multitud. La música cesó, y el gozo se convirtió en temor. David, lleno de angustia y confusión, exclamó: «¿Cómo podré traer el arca del Señor a mi ciudad, si algo como esto ha sucedido?»

El rey, temeroso de la santidad de Dios, decidió no llevar el arca a Jerusalén en ese momento. En lugar de eso, la desvió a la casa de Obed-edom, un hombre de Gat. Allí permaneció el arca durante tres meses, y durante ese tiempo, la casa de Obed-edom fue grandemente bendecida. El Señor prosperó todo lo que tenía, y la noticia de estas bendiciones llegó a oídos de David.

Animado por lo que había sucedido, David decidió intentar nuevamente traer el arca a Jerusalén. Esta vez, sin embargo, lo haría de acuerdo con las instrucciones que Dios había dado a Moisés. Ordenó que los levitas llevaran el arca sobre sus hombros, usando las varas de madera de acacia recubiertas de oro que habían sido diseñadas específicamente para ese propósito. Además, David comprendió que la reverencia y la obediencia eran esenciales al tratar con las cosas sagradas de Dios.

El segundo intento fue muy diferente al primero. David se vistió con un efod de lino, una prenda sacerdotal, y danzó con toda su fuerza delante del Señor. El pueblo, viendo la humildad y el gozo de su rey, se unió a la celebración. Los levitas llevaban el arca con cuidado, y cada seis pasos, David ofrecía sacrificios de bueyes y carneros. El sonido de las trompetas y los cantos llenaban el aire, y la presencia de Dios se hacía palpable.

Mical, la hija de Saúl y esposa de David, observaba desde una ventana del palacio. Al ver a David danzando y saltando con tanta pasión, sintió desdén en su corazón. Para ella, aquel comportamiento parecía indigno de un rey. Pero David no se preocupaba por las apariencias; su corazón estaba lleno de gratitud y adoración hacia el Señor.

Finalmente, el arca fue colocada en la tienda que David había preparado para ella en Jerusalén. Allí, el rey ofreció holocaustos y ofrendas de paz delante del Señor. Bendijo al pueblo en el nombre del Señor de los ejércitos y repartió pan, carne y vino a todos los presentes. Fue un día de gran regocijo y unidad para Israel.

Sin embargo, cuando David regresó a su casa para bendecir a su familia, Mical salió a su encuentro con palabras de reproche. «¡Qué glorioso se ha mostrado hoy el rey de Israel!», dijo con sarcasmo. «Desnudándose delante de las criadas de sus siervos, como se desnudaría un hombre vulgar.»

David, sin inmutarse, respondió con firmeza: «Fue delante del Señor que yo danzé. Él me eligió en lugar de tu padre y de toda su casa, para que yo fuera el príncipe sobre Israel, el pueblo del Señor. Por eso me regocijaré delante de Él. Y me haré aún más vil que esto, y seré bajo a mis propios ojos; pero delante de las criadas de las que hablaste, seré honrado.»

Desde aquel día, Mical no tuvo hijos, un recordatorio de que la reverencia y la humildad son esenciales en la presencia de Dios. David, por su parte, continuó gobernando con un corazón conforme al de Dios, recordando siempre que la verdadera adoración no se trata de apariencias, sino de un corazón sincero y obediente.

Así, el arca del pacto encontró su lugar en Jerusalén, y la presencia de Dios se estableció en medio de su pueblo, recordándoles que Él era su Rey y su Salvador.

LEAVE A RESPONSE

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *