Biblia Sagrada

El Altar de Testimonio y la Unidad de las Tribus

**La Historia de las Tribus del Este y el Altar de Testimonio**

En aquellos días, después de que Josué y los hijos de Israel hubieran conquistado la tierra prometida, llegó el momento de repartir la tierra entre las tribus. Las tribus de Rubén, Gad y la media tribu de Manasés habían recibido su herencia al otro lado del Jordán, en la tierra de Galaad, tal como Moisés les había prometido. Estas tribus habían cumplido su palabra, luchando junto a sus hermanos hasta que la tierra de Canaán fue conquistada. Ahora, Josué los llamó para despedirlos y enviarlos de regreso a sus hogares.

El sol brillaba sobre el campamento de Israel en Silo, donde el tabernáculo del Señor estaba establecido. Josué, con su rostro curtido por el sol y los años de batalla, se dirigió a los hombres de Rubén, Gad y Manasés con palabras de gratitud y sabiduría. «Habéis guardado todo lo que Moisés, siervo del Señor, os mandó, y habéis obedecido mi voz en todo lo que os he ordenado. No habéis abandonado a vuestros hermanos durante estos largos años, sino que habéis cumplido fielmente vuestro deber para con el Señor. Ahora, volved a vuestras tiendas, a la tierra de vuestra posesión, que Moisés os dio al otro lado del Jordán. Pero acordaos de guardar cuidadosamente los mandamientos y la ley que Moisés os encomendó: amar al Señor vuestro Dios, andar en todos sus caminos, guardar sus mandamientos, seguirle a Él y servirle con todo vuestro corazón y con toda vuestra alma.»

Los hombres de las tribus del este escucharon atentamente las palabras de Josué, y sus corazones se llenaron de alegría al saber que pronto regresarían a sus familias y a sus tierras. Josué los bendijo y les entregó ricos botines de guerra: oro, plata, bronce, vestidos y ganado, que habían tomado de sus enemigos. Así, partieron de Silo con corazones agradecidos y llenos de esperanza.

Al llegar al Jordán, cerca de la región de Canaán, los hombres de Rubén, Gad y Manasés decidieron construir un altar junto al río. No era un altar para sacrificios, sino un monumento imponente, hecho de piedras grandes y bien labradas, que se elevaba como un testimonio visible para las generaciones futuras. «Este altar será un testimonio entre nosotros de que el Señor es Dios», dijeron. «No es para ofrendas ni sacrificios, sino para recordar a nuestros hijos y a los hijos de nuestros hijos que nosotros también somos parte de Israel, y que servimos al mismo Dios.»

Sin embargo, cuando las otras tribus de Israel oyeron hablar del altar, se llenaron de indignación y preocupación. Recordaban los pecados de Peor y la idolatría que había traído juicio sobre el pueblo. Temían que las tribus del este estuvieran levantando un altar para adorar a otros dioses, lo cual sería una grave violación de la ley de Moisés. «¿Cómo podéis rebelaros contra el Dios de Israel y construir un altar aparte?», clamaron. «¿Acaso no fue suficiente el pecado de Peor, que trajo la plaga sobre la congregación? Si os apartáis del Señor, Él se apartará de todos nosotros.»

Decididos a resolver el asunto antes de que se desatara un conflicto mayor, las tribus de Israel enviaron una delegación liderada por Finees, hijo del sacerdote Eleazar, y diez príncipes de las tribus. Estos hombres llegaron a Galaad con corazones dispuestos a escuchar, pero también con la firme determinación de corregir cualquier error.

Cuando se encontraron con los hombres de Rubén, Gad y Manasés, Finees les habló con firmeza pero con amor: «¿Qué es esto que habéis hecho? ¿Por qué habéis construido este altar, rebelándoos contra el Señor? ¿No recordáis el pecado de Peor, que aún pesa sobre nosotros? Si os habéis apartado del Señor, hoy mismo nos uniremos contra vosotros. Pero si este altar no es para adorar a otros dioses, sino para recordar que servimos al mismo Dios, entonces explicadnos vuestras intenciones.»

Los hombres de las tribus del este escucharon con atención y respondieron con calma: «El Señor, Dios de dioses, sabe que no hemos construido este altar para rebelarnos contra Él. Lejos de nosotros tal pensamiento. Este altar es un testimonio entre nosotros y vosotros, y entre nuestras generaciones futuras, de que servimos al mismo Dios. Temíamos que en el futuro vuestros hijos dijeran a los nuestros: ‘¿Qué tenéis vosotros que ver con el Señor, Dios de Israel? El Jordán es frontera entre nosotros y vosotros; no tenéis parte en el Señor.’ Así, vuestros hijos harían que los nuestros dejaran de temer al Señor. Por eso decidimos construir este altar, no para ofrendas ni sacrificios, sino como testimonio de que somos un solo pueblo bajo el mismo Dios.»

Al escuchar estas palabras, Finees y los príncipes se sintieron aliviados y llenos de gozo. Comprendieron que las intenciones de sus hermanos eran puras y que el altar era un recordatorio de la unidad de Israel bajo el Señor. Finees les dijo: «Hoy sabemos que el Señor está en medio de nosotros, porque no os habéis rebelado contra Él. Habéis librado a Israel de la mano del juicio divino.»

Así, la delegación regresó a Silo y contó todo lo sucedido a las demás tribus. Estas se alegraron y alabaron a Dios por la sabiduría y la fidelidad de sus hermanos. El altar junto al Jordán permaneció como un testimonio perdurable de la unidad de Israel y del temor de Dios que habitaba en sus corazones.

Y así, las tribus de Rubén, Gad y Manasés habitaron en paz en sus tierras, recordando siempre que servían al mismo Dios que había liberado a Israel de Egipto y les había dado la tierra prometida. El Señor los bendijo, y su nombre fue glorificado en medio de su pueblo.

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