Biblia Sagrada

La Promesa de Fe: Gálatas 3 y la Libertad en Cristo

**La Promesa y la Fe: Una Historia Basada en Gálatas 3**

En una región montañosa de Galacia, donde los vientos susurraban entre los árboles y los ríos serpenteaban por los valles, había una pequeña comunidad de creyentes. Estos hombres y mujeres, provenientes de distintas culturas y tradiciones, se habían reunido bajo el mensaje de un hombre llamado Pablo, quien les había hablado de un Salvador, Jesucristo, y de la libertad que Él traía. Sin embargo, con el tiempo, algunos maestros habían llegado a la comunidad, insinuando que, además de la fe en Cristo, era necesario seguir ciertas leyes y tradiciones antiguas para ser verdaderamente aceptados por Dios.

Fue entonces cuando Pablo, preocupado por la confusión que se estaba sembrando entre los creyentes, decidió escribirles una carta. Con palabras claras y llenas de pasión, les recordó la verdad que les había enseñado desde el principio. Esta es la historia que se desarrolló a partir de esas palabras, una historia que resonó en los corazones de los gálatas y que sigue resonando hoy.

**El Espíritu y la Fe**

Pablo comenzó su carta recordándoles cómo habían recibido el Espíritu Santo. «Hermanos», escribió, «¿cómo fue que recibieron el Espíritu? ¿Fue por cumplir la ley o por creer en el mensaje que escucharon?» Los gálatas recordaron aquel día cuando, llenos de gozo y asombro, habían experimentado la presencia de Dios en sus vidas. No había sido por esfuerzo humano ni por seguir reglas, sino por la fe sencilla en Jesucristo.

Pablo les hizo una pregunta más: «Después de haber comenzado por el Espíritu, ¿pretenden ahora perfeccionarse por medios humanos?» Era como si un agricultor, después de plantar una semilla con cuidado y verla crecer, decidiera arrancarla para regarla con agua salada. ¡Qué absurdo sería! De la misma manera, era absurdo pensar que, después de haber recibido el Espíritu por la fe, ahora pudieran alcanzar la plenitud por sus propias obras.

**La Maldición de la Ley y la Bendición de la Fe**

Pablo les recordó la historia de Abraham, el padre de la fe. «Abraham creyó a Dios, y eso se le contó como justicia», escribió. Abraham no había recibido la promesa por cumplir una lista de mandamientos, sino por confiar en la palabra de Dios. Y esa promesa no era solo para Abraham, sino para todas las naciones. «En ti serán benditas todas las familias de la tierra», había dicho Dios.

Pero, ¿qué pasaba con la ley que Dios había dado a Moisés? Pablo explicó que la ley tenía un propósito importante: mostrar a la humanidad su necesidad de un Salvador. «La ley fue nuestro ayo para llevarnos a Cristo», escribió. Era como un maestro severo que nos guiaba hacia la gracia. Sin embargo, la ley no podía dar vida ni justicia. De hecho, Pablo les recordó que «maldito todo aquel que no permanece en todas las cosas escritas en el libro de la ley, para hacerlas». Nadie podía cumplir la ley perfectamente, por lo que todos estaban bajo maldición.

Pero ahí estaba la maravilla del evangelio: «Cristo nos redimió de la maldición de la ley, hecho maldición por nosotros». Pablo les describió la escena del Calvario, donde Jesús, el Hijo de Dios, había cargado con la maldición que merecíamos. En la cruz, Él se había convertido en el sacrificio perfecto, el Cordero que quita el pecado del mundo. Y ahora, por medio de la fe en Él, todos podían recibir la bendición de Abraham: el perdón, la vida eterna y la promesa del Espíritu.

**La Unidad en Cristo**

Pablo les habló también de la unidad que tenían en Cristo. «Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer, porque todos ustedes son uno en Cristo Jesús». En una época donde las divisiones culturales y sociales eran profundas, estas palabras eran revolucionarias. En Cristo, las barreras se derrumbaban. No importaba si alguien había nacido en una familia judía o gentil, si era rico o pobre, hombre o mujer. Lo que importaba era la fe en Jesucristo, que los hacía hijos de Dios y herederos de la promesa.

Los gálatas recordaron cómo, antes de conocer a Cristo, habían estado separados de Dios y unos de otros. Pero ahora, unidos por la fe, formaban parte de una nueva familia, un cuerpo donde cada miembro era valorado y amado. Pablo les recordó que, como hijos de Dios, habían sido revestidos de Cristo. Era como si llevaran puesto un manto de justicia, no por sus méritos, sino por los de Él.

**La Promesa y la Herencia**

Pablo concluyó esta parte de su carta hablando de la promesa y la herencia. «Si ustedes son de Cristo, entonces son descendencia de Abraham y herederos según la promesa», escribió. La promesa no dependía de la ley, sino de la gracia de Dios. Era como un testamento que no podía ser alterado. Dios había hecho un pacto con Abraham, y ese pacto se cumplía en Cristo.

Los gálatas comprendieron que no tenían que vivir bajo el yugo de la ley, tratando de ganarse el favor de Dios. En cambio, podían descansar en la obra completa de Cristo. La fe no era un esfuerzo humano, sino una confianza plena en Aquel que había prometido y era fiel para cumplir.

**El Legado de la Fe**

Cuando la carta de Pablo llegó a la comunidad de Galacia, fue leída en voz alta ante todos. Las palabras resonaron en sus corazones como un eco de la verdad que ya conocían, pero que habían comenzado a olvidar. Uno por uno, los creyentes recordaron la libertad que tenían en Cristo, la unidad que compartían como hijos de Dios y la promesa que los sostenía.

Desde ese día, la comunidad se esforzó por vivir en la fe, no en las obras de la ley. Comprendieron que la verdadera obediencia no nacía del temor, sino del amor a Aquel que los había amado primero. Y así, la historia de los gálatas se convirtió en un testimonio de la gracia de Dios, un recordatorio de que la promesa es para todos los que creen.

Y esta historia, basada en Gálatas 3, sigue siendo un mensaje de esperanza para todos los que escuchan: la justicia no se alcanza por las obras, sino por la fe en Jesucristo, el Salvador que nos libertó de la maldición y nos hizo herederos de la promesa.

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