Biblia Sagrada

La Ofrenda Continua: Devoción en el Desierto

**La Ofrenda Continua: Un Llamado a la Devoción**

En los días en que el pueblo de Israel vagaba por el desierto, bajo la dirección de Moisés y el cuidado fiel de Aarón, el Señor estableció un sistema de adoración que reflejaba Su santidad y la necesidad de un corazón entregado. En el libro de Números, capítulo 28, Dios instruyó a Moisés sobre las ofrendas que debían ser presentadas de manera regular, como un recordatorio constante de Su presencia y de la dependencia del pueblo hacia Él.

Era un amanecer fresco en el campamento de Israel. El sol apenas comenzaba a asomarse sobre las montañas, pintando el cielo con tonos dorados y anaranjados. Las tiendas de los israelitas se extendían por el vasto desierto, y el tabernáculo, el lugar santo donde moraba la presencia de Dios, se alzaba en el centro, como un faro de esperanza y santidad. Moisés, con su rostro sereno pero firme, se dirigió hacia el tabernáculo, llevando consigo las palabras que el Señor le había dado. Sabía que lo que estaba a punto de comunicar al pueblo no era simplemente una lista de rituales, sino una invitación a la intimidad con el Creador.

Dios había hablado claramente: «Manda a los hijos de Israel y diles: ‘Mi ofrenda, mi pan con mis ofrendas encendidas de olor grato para mí, guardaréis, ofreciéndomelo a su tiempo.'» Estas palabras resonaban en el corazón de Moisés, quien comprendía que cada ofrenda era un acto de adoración, un reconocimiento de la soberanía y la provisión divina.

**Las Ofrendas Diarias: Un Recordatorio Constante**

El Señor estableció que cada día, sin falta, se debían ofrecer dos corderos de un año, sin defecto. Uno en la mañana y otro al atardecer. Estos corderos debían ser acompañados de una ofrenda de harina fina mezclada con aceite, y una libación de vino. Moisés explicó al pueblo que estas ofrendas no eran simplemente rituales vacíos, sino símbolos de la entrega total que Dios merecía. El cordero representaba la pureza y la inocencia, mientras que la harina y el aceite hablaban de la provisión y la unción divina. El vino, por su parte, era un símbolo de gozo y celebración en la presencia del Señor.

Cada mañana, los sacerdotes se levantaban temprano para preparar el altar. El humo del sacrificio ascendía hacia el cielo, llevando consigo las oraciones y la devoción del pueblo. El olor a carne asada y especias llenaba el aire, recordando a todos que Dios estaba en medio de ellos. Al atardecer, el ritual se repetía, y el pueblo se reunía para adorar, agradecer y pedir perdón por sus faltas. Era un ciclo constante, un recordatorio de que cada día era un regalo de Dios y una oportunidad para acercarse a Él.

**Las Ofrendas del Día de Reposo: Un Descanso en la Presencia de Dios**

Además de las ofrendas diarias, Dios estableció que en el día de reposo, el séptimo día de la semana, se debían ofrecer dos corderos adicionales, junto con la ofrenda de harina y la libación de vino. Este día era especial, un tiempo de descanso y reflexión, en el que el pueblo debía apartarse de sus labores y enfocarse en la adoración. Moisés explicó que el día de reposo no era simplemente un día de inactividad, sino un tiempo para renovar la comunión con Dios, para recordar que Él era el proveedor de todo lo que tenían.

En el campamento, el día de reposo era un día de alegría y paz. Las familias se reunían para compartir comidas, cantar salmos y escuchar las enseñanzas de los levitas. El tabernáculo se llenaba de gente, y el ambiente era de reverencia y gratitud. Los sacerdotes, vestidos con sus túnicas blancas, llevaban a cabo los sacrificios con cuidado y devoción, sabiendo que cada acto era un reflejo de la santidad de Dios.

**Las Ofrendas Mensuales: Un Nuevo Comienzo**

El Señor también estableció ofrendas especiales para el comienzo de cada mes. En el primer día del mes, el pueblo debía presentar dos novillos, un carnero y siete corderos de un año, todos sin defecto. Estas ofrendas debían ser acompañadas de harina fina mezclada con aceite, y libaciones de vino. Además, se debía ofrecer un macho cabrío como ofrenda por el pecado. Moisés explicó que estas ofrendas mensuales eran una forma de consagrar el tiempo, de reconocer que cada nuevo mes era una oportunidad para empezar de nuevo, para buscar el perdón y la dirección de Dios.

El primer día del mes era un día de celebración en el campamento. Las trompetas sonaban, anunciando el inicio de un nuevo ciclo. El pueblo se reunía en el tabernáculo, llevando consigo sus ofrendas y sus corazones llenos de esperanza. Los sacerdotes ofrecían los sacrificios con solemnidad, y el humo que ascendía era un recordatorio de que Dios estaba dispuesto a perdonar y a guiar a Su pueblo.

**Las Ofrendas en las Fiestas Solemnes: Una Celebración de la Fidelidad de Dios**

Finalmente, Dios estableció ofrendas especiales para las fiestas solemnes, como la Pascua, la Fiesta de las Semanas y la Fiesta de los Tabernáculos. En estas ocasiones, el pueblo debía presentar ofrendas adicionales, que incluían novillos, carneros, corderos y machos cabríos. Estas fiestas eran tiempos de alegría y acción de gracias, en los que el pueblo recordaba las grandes obras que Dios había hecho en su favor.

Durante la Pascua, por ejemplo, el pueblo recordaba cómo Dios los había liberado de la esclavitud en Egipto. Las familias se reunían para comer el cordero pascual, y el tabernáculo se llenaba de gente que venía a adorar y a agradecer. Las ofrendas que se presentaban en estas fiestas eran un recordatorio de que Dios era fiel y que merecía toda la alabanza y la honra.

**Un Llamado a la Devoción Continua**

Moisés terminó de comunicar las instrucciones de Dios al pueblo, y los israelitas escucharon con atención. Sabían que estas ofrendas no eran simplemente rituales, sino una forma de mantener viva su relación con el Señor. Cada ofrenda era un acto de fe, un reconocimiento de que todo lo que tenían venía de Dios y que Él era digno de toda adoración.

En los días que siguieron, el pueblo de Israel se esforzó por cumplir con estas instrucciones. Los sacerdotes se levantaban temprano cada mañana para preparar los sacrificios, y el humo del altar ascendía constantemente hacia el cielo. El pueblo aprendió que la adoración no era algo que se hacía de vez en cuando, sino un estilo de vida, una entrega constante a Aquel que los había llamado y los sostenía en el desierto.

Y así, en medio de las dificultades y las pruebas del desierto, el pueblo de Israel encontró consuelo y fortaleza en la presencia de Dios. Cada ofrenda, cada sacrificio, era un recordatorio de que Él estaba con ellos, guiándolos hacia la tierra prometida. Y en cada acto de adoración, el pueblo renovaba su compromiso de seguirle y de confiar en Su fidelidad.

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