Biblia Sagrada

El León de Judá y la Fuerza de Egipto: Confianza en Dios

**El León de Judá y la Fuerza de Egipto**

En los días del rey Ezequías, Jerusalén se encontraba en un momento de gran incertidumbre. El reino de Judá estaba bajo la amenaza del poderoso ejército asirio, liderado por el temido rey Senaquerib. Este monarca había conquistado naciones enteras, y ahora sus ojos estaban puestos en Jerusalén, la ciudad santa. Los muros de la ciudad resonaban con los rumores de guerra, y el corazón del pueblo temblaba ante la inminente invasión.

En medio de esta crisis, el rey Ezequías y sus consejeros debatían la mejor manera de protegerse. Algunos sugerían buscar ayuda de Egipto, la gran potencia del sur, conocida por sus carros de guerra y su caballería imponente. «Egipto tiene un ejército poderoso», decían. «Si hacemos una alianza con ellos, podremos resistir a los asirios». Y así, enviaron mensajeros a Egipto, cargados de oro y plata, para asegurar su apoyo.

Pero en medio de estas decisiones humanas, el profeta Isaías recibió una palabra del Señor. Con voz firme y ojos llenos de fuego divino, Isaías se presentó ante el rey y sus consejeros. «¡Ay de los que descienden a Egipto por ayuda!», comenzó a proclamar. «Confían en los carros y en los caballos, porque son muchos, y en la multitud de sus guerreros, porque son muy fuertes. Pero no miran al Santo de Israel, ni buscan al Señor».

El profeta continuó, describiendo con palabras vívidas la futilidad de confiar en la fuerza humana. «Egipto es hombre, y no Dios; sus caballos son carne, y no espíritu. Cuando el Señor extienda su mano, tanto el que ayuda caerá como el que es ayudado; todos juntos perecerán». Sus palabras resonaron como un trueno en el salón del trono, recordando a todos que el poder de los hombres es limitado, pero el poder de Dios es infinito.

Isaías entonces les habló de la protección divina, usando la imagen de un león poderoso. «Como el león ruge sobre su presa, y no se asusta por el clamor de los pastores que se juntan contra él, así el Señor de los ejércitos descenderá para pelear por el monte de Sión y por su colina». El profeta describió al Señor como un león que no se retira, que no se intimida por los gritos de los hombres ni por las armas de los ejércitos. «El Señor protegerá a Jerusalén», dijo Isaías, «como las aves protegen sus nidos. Él la defenderá y la librará; la salvará y la rescatará».

El rey Ezequías, aunque inicialmente tentado por la idea de buscar ayuda en Egipto, recordó las palabras de Isaías y decidió confiar en el Señor. Ordenó que se detuvieran los preparativos para la alianza con Egipto y, en su lugar, convocó al pueblo a un día de ayuno y oración. Los sacerdotes se vistieron de cilicio, y el pueblo se reunió en el templo para clamar al Dios de Israel.

Mientras tanto, el ejército asirio avanzaba hacia Jerusalén. Senaquerib envió mensajeros para burlarse del pueblo y de su Dios. «¿En quién confían ustedes?», gritaban desde fuera de los muros. «¿Creen que el Dios de Jerusalén los salvará? ¡Ningún dios de ninguna nación ha podido librar a su pueblo de mi mano!». Pero el pueblo, fortalecido por las palabras de Isaías, permaneció firme.

Y entonces, en la oscuridad de la noche, el Señor actuó. Como el león que ruge sobre su presa, el ángel del Señor descendió sobre el campamento asirio. Con un solo golpe, 185,000 soldados cayeron muertos. Al amanecer, el ejército asirio había sido diezmado, y Senaquerib huyó de regreso a Nínive, donde más tarde sería asesinado por sus propios hijos.

El pueblo de Jerusalén, al ver la mano poderosa de Dios, se postró en adoración. Isaías se presentó una vez más ante el rey y el pueblo, recordándoles la fidelidad de Dios. «Vuelvan a aquel contra quien se rebelaron tan profundamente», les dijo. «Porque el Señor es nuestro refugio; Él es nuestra fortaleza en el día de la angustia».

Y así, la ciudad santa fue librada, no por la fuerza de los carros egipcios, ni por la sabiduría de los consejeros, sino por el poder del León de Judá, el Señor de los ejércitos, quien nunca abandona a los que confían en Él.

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