Biblia Sagrada

La Sabiduría que Transforma: El Camino de Eliab

**La Sabiduría que Edifica: Un Relato Basado en Proverbios 18**

En los días antiguos, en una pequeña aldea rodeada de colinas verdes y arroyos cristalinos, vivía un hombre llamado Eliab. Era conocido por su habilidad para trabajar la madera, pero también por su temperamento impetuoso. Eliab tenía un corazón noble, pero a menudo se dejaba llevar por sus emociones, lo que le traía problemas con sus vecinos y su familia. Aunque era un hombre fuerte y trabajador, su falta de sabiduría lo llevaba a tomar decisiones apresuradas que, en lugar de construir, destruían.

Un día, mientras Eliab caminaba por el mercado del pueblo, escuchó a un anciano sabio que enseñaba bajo la sombra de un gran árbol. El anciano, de nombre Simeón, tenía una larga barba blanca y ojos llenos de bondad. Con voz serena, compartía las palabras del libro de los Proverbios: *»El que se aparta busca su propio deseo; se enreda en todo negocio ajeno»* (Proverbios 18:1). Eliab se detuvo a escuchar, intrigado por la profundidad de las palabras.

Simeón continuó: *»El necio no se deleita en la inteligencia, sino en que su corazón se descubra»* (Proverbios 18:2). Eliab sintió que esas palabras lo golpeaban directamente. Recordó cómo, en muchas ocasiones, había hablado sin pensar, revelando sus pensamientos más íntimos y causando conflictos innecesarios. Se acercó al anciano y le preguntó humildemente: «Maestro, ¿cómo puedo cambiar? ¿Cómo puedo evitar que mis palabras y acciones me alejen de los demás?».

Simeón sonrió y le respondió: *»Las palabras del hombre son aguas profundas; manantial de sabiduría es un arroyo que fluye»* (Proverbios 18:4). Luego, le explicó que la verdadera sabiduría no se encuentra en la fuerza ni en la impulsividad, sino en la paciencia, la escucha y el discernimiento. Le aconsejó que, antes de hablar, reflexionara sobre el impacto de sus palabras, pues *»la boca del necio es su ruina, y sus labios son la trampa de su alma»* (Proverbios 18:7).

Eliab decidió seguir el consejo de Simeón. Comenzó a practicar la paciencia y a escuchar más a los demás. En lugar de responder de inmediato cuando alguien lo ofendía, tomaba un momento para respirar y pensar. Pronto, notó un cambio en sus relaciones. Su esposa, que antes se sentía herida por sus palabras duras, comenzó a sentirse valorada. Sus hijos, que temían su temperamento, ahora se acercaban a él con confianza. Incluso sus vecinos, que antes evitaban discutir con él, comenzaron a buscarlo para pedirle consejo.

Un día, un conflicto estalló en el pueblo. Dos familias se disputaban un terreno fértil cerca del río. Las discusiones se volvieron tan acaloradas que parecía que la paz del pueblo se rompería para siempre. Eliab, recordando las enseñanzas de Simeón, decidió intervenir. En lugar de tomar partido, escuchó a ambas familias con atención. Luego, con calma, les recordó las palabras de Proverbios: *»El que responde antes de escuchar, eso es necedad y vergüenza suya»* (Proverbios 18:13). Les propuso una solución justa que beneficiara a ambas partes, y las familias, impresionadas por su sabiduría, aceptaron su propuesta.

Con el tiempo, Eliab se convirtió en un hombre respetado no solo por su habilidad con la madera, sino por su sabiduría y su capacidad para resolver conflictos. Aprendió que *»el nombre del Señor es una torre fortificada; a ella corre el justo y se pone a salvo»* (Proverbios 18:10). En momentos de dificultad, buscaba refugio en Dios, confiando en que Él lo guiaría.

Un día, Simeón visitó a Eliab en su taller. Con una sonrisa de satisfacción, le dijo: «Has aprendido bien, hijo mío. La sabiduría no es solo conocimiento, sino la aplicación de ese conocimiento en la vida diaria. Recuerda siempre: *»El que halla esposa halla el bien y alcanza el favor del Señor»* (Proverbios 18:22). Tu familia es un regalo de Dios, y tu sabiduría es un legado que dejarás a tus hijos».

Eliab asintió con gratitud. Sabía que su transformación no había sido fácil, pero valía la pena. Había aprendido que *»el corazón del entendido adquiere sabiduría, y el oído de los sabios busca el conocimiento»* (Proverbios 18:15). Y así, con humildad y fe, continuó su camino, edificando no solo muebles, sino también relaciones y un legado de sabiduría que perduraría por generaciones.

Y desde entonces, en la aldea, se contaba la historia de Eliab, el hombre que aprendió a escuchar, a hablar con sabiduría y a refugiarse en el nombre del Señor, convirtiéndose en un ejemplo vivo de las verdades eternas de Proverbios 18.

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