Biblia Sagrada

El Salmo de la Eterna Misericordia: Historia de un Amor Inquebrantable

**El Salmo de la Eterna Misericordia**

En los días antiguos, cuando el pueblo de Israel caminaba por el desierto, recordando las maravillas que el Señor había hecho por ellos, un salmo de alabanza y gratitud brotó de sus corazones. Este salmo, que más tarde sería conocido como el Salmo 136, resonaba en sus labios como un eco de la eterna misericordia de Dios. Era un canto que narraba la historia de un pueblo y de un Dios cuyo amor nunca cesa.

**La Creación: El Primer Acto de Misericordia**

En el principio, cuando la tierra era un vacío sin forma y las tinieblas cubrían el abismo, el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas. Entonces, con una palabra poderosa, el Señor dijo: «Hágase la luz», y la luz apareció. Los cielos se abrieron como un manto glorioso, y las estrellas comenzaron a brillar en la noche. El sol, la luna y las estrellas fueron colocados en su lugar para marcar los días, las estaciones y los años. Todo esto lo hizo el Señor, porque para siempre es su misericordia.

La tierra, antes yerma, se llenó de vida. Los mares rugieron con olas imponentes, y los ríos serpenteaban entre valles y montañas. Los árboles frutales brotaron de la tierra, y los animales, desde el más pequeño insecto hasta el más grande de los leones, encontraron su hogar en la creación. El hombre y la mujer, hechos a imagen y semejanza de Dios, fueron coronados como mayordomos de toda la creación. Todo esto lo hizo el Señor, porque para siempre es su misericordia.

**El Éxodo: La Liberación de un Pueblo**

Siglos más tarde, el pueblo de Israel gemía bajo el yugo de la esclavitud en Egipto. Sus gritos llegaron hasta los oídos de Dios, quien recordó su pacto con Abraham, Isaac y Jacob. Entonces, el Señor levantó a Moisés, un hombre manso pero lleno de fe, para ser su instrumento de liberación. Con mano fuerte y brazo extendido, Dios envió plagas sobre Egipto, mostrando su poder sobre los dioses falsos de aquella tierra. Las aguas del Nilo se convirtieron en sangre, las ranas invadieron las casas, y la oscuridad cubrió la tierra por tres días. Finalmente, la muerte tocó a los primogénitos de Egipto, pero el pueblo de Israel fue protegido por la sangre del cordero en los dinteles de sus puertas. Todo esto lo hizo el Señor, porque para siempre es su misericordia.

Cuando Faraón finalmente dejó ir al pueblo, Dios los guió con una columna de nube de día y una columna de fuego de noche. Al llegar al Mar Rojo, con el ejército egipcio pisándoles los talones, el Señor abrió las aguas para que su pueblo pasara en tierra seca. Pero cuando los egipcios intentaron seguirlos, las aguas se cerraron sobre ellos, ahogando a sus enemigos. Israel cantó un cántico de victoria, reconociendo que el Señor había triunfado gloriosamente. Todo esto lo hizo el Señor, porque para siempre es su misericordia.

**El Desierto: La Provisión en la Sequía**

En el desierto, el pueblo enfrentó hambre y sed, pero Dios no los abandonó. Desde los cielos, hizo llover maná, un pan celestial que sostenía sus cuerpos cada mañana. De la roca, hizo brotar agua para saciar su sed. Aunque el pueblo murmuró y dudó, Dios permaneció fiel, guiándolos con su presencia y protegiéndolos de sus enemigos. Cuando las serpientes venenosas los mordían, el Señor instruyó a Moisés a levantar una serpiente de bronce, y todos los que la miraban eran sanados. Todo esto lo hizo el Señor, porque para siempre es su misericordia.

**La Tierra Prometida: El Cumplimiento de la Promesa**

Después de cuarenta años de peregrinar, el pueblo llegó a las puertas de la tierra prometida. Dios les dio victoria sobre reyes poderosos y naciones fuertes. Sihón, rey de los amorreos, y Og, rey de Basán, cayeron ante el poder del Señor. Sus tierras fueron entregadas a Israel como herencia, un recordatorio de que Dios cumple sus promesas. Todo esto lo hizo el Señor, porque para siempre es su misericordia.

**La Alabanza Eterna**

Y así, el pueblo de Israel, de generación en generación, recordaba las obras del Señor. En cada fiesta, en cada sacrificio, en cada canto, proclamaban: «¡Alabad al Señor, porque él es bueno! ¡Para siempre es su misericordia!» Este salmo se convirtió en un himno de gratitud, un recordatorio de que cada acto de Dios, desde la creación hasta la redención, estaba impregnado de su amor inquebrantable.

Hoy, nosotros también somos llamados a recordar. En cada amanecer, en cada provisión, en cada liberación, vemos la mano de Dios obrando en nuestras vidas. Su misericordia no ha cambiado; sigue siendo tan eterna como el primer día. Por eso, con corazones llenos de gratitud, unimos nuestras voces al coro de los siglos, diciendo: «¡Alabad al Señor, porque él es bueno! ¡Para siempre es su misericordia!»

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