Biblia Sagrada

De Adán a Noé: La Línea de la Redención

**La Historia de los Descendientes de Adán: Desde Adán hasta Noé**

En los días antiguos, cuando la tierra aún era joven y la creación de Dios resonaba con la frescura de su aliento divino, el hombre caminaba sobre la faz de la tierra, creado a imagen y semejanza del Creador. Adán, el primer hombre, había sido formado del polvo de la tierra y había recibido el aliento de vida directamente de Dios. Él y su esposa, Eva, habían sido colocados en el jardín del Edén, un lugar de belleza indescriptible, donde los ríos cristalinos fluían y los árboles frutales ofrecían su abundancia. Sin embargo, tras la caída, cuando el pecado entró en el mundo, Adán y Eva fueron expulsados del Edén, y la tierra comenzó a experimentar las consecuencias de su desobediencia.

A pesar de la maldición que cayó sobre la tierra, la gracia de Dios no abandonó a la humanidad. Adán y Eva tuvieron hijos, y entre ellos se destacó Set, un hombre que nació cuando Adán tenía ciento treinta años. Set fue un hijo de consuelo para Adán y Eva, pues su nacimiento fue visto como una señal de la fidelidad de Dios. Set creció y se convirtió en un hombre justo, que caminó en los caminos del Señor, a diferencia de su hermano Caín, quien había sido marcado por el pecado de asesinar a su hermano Abel.

Set vivió novecientos doce años, y durante su vida, engendró a Enós, un hombre que también siguió los pasos de su padre. Enós fue el primero en invocar el nombre del Señor públicamente, reconociendo la soberanía de Dios sobre toda la creación. La tierra, aunque aún estaba bajo la maldición del pecado, comenzó a ver destellos de la redención que vendría en el futuro. Enós vivió novecientos cinco años, y su vida fue un testimonio de la fe en el Dios viviente.

Después de Enós, nació Cainán, quien continuó la línea de descendientes fieles. Cainán vivió novecientos diez años, y durante su vida, la tierra comenzó a poblarse con más personas. Sin embargo, también comenzaron a surgir divisiones entre los que seguían a Dios y los que se alejaban de Él. Cainán engendró a Mahalaleel, un hombre que vivió ochocientos noventa y cinco años. Mahalaleel fue un hombre de carácter íntegro, que enseñó a sus hijos a temer al Señor y a guardar sus mandamientos.

Mahalaleel fue el padre de Jared, un hombre que vivió novecientos sesenta y dos años. Jared fue testigo de cómo la tierra se llenaba de habitantes, y aunque muchos se apartaban de Dios, él mantuvo su fe firme. Jared engendró a Enoc, un hombre que destacó entre todos los descendientes de Adán. Enoc no fue un hombre común; desde su juventud, mostró un profundo amor por Dios y un deseo ardiente de agradarle. A diferencia de los demás, Enoc no experimentó la muerte como todos los hombres, pues la Escritura dice que «caminó con Dios» y que «Dios se lo llevó». Enoc vivió trescientos sesenta y cinco años, y su vida fue un testimonio viviente de la comunión íntima que el hombre puede tener con su Creador.

Después de Enoc, nació Matusalén, el hombre que vivió más años en la historia de la humanidad: novecientos sesenta y nueve años. Matusalén fue el padre de Lamec, un hombre que vivió setecientos setenta y siete años. Lamec fue el padre de Noé, un hombre que nació en un tiempo de gran corrupción en la tierra. La maldad de los hombres había crecido tanto que sus pensamientos y acciones eran continuamente malos. Sin embargo, en medio de tanta oscuridad, Noé halló gracia ante los ojos de Dios.

Noé fue un hombre justo, íntegro entre los hombres de su tiempo, y caminó con Dios como lo había hecho su antepasado Enoc. Dios le habló a Noé y le reveló su plan para juzgar la tierra con un gran diluvio, pero también le dio instrucciones detalladas para construir un arca que salvaría a su familia y a los animales de la destrucción. Noé obedeció fielmente, y durante ciento veinte años, trabajó en la construcción del arca, predicando justicia a una generación que se burlaba de él.

Así, la línea de descendientes de Adán, desde Set hasta Noé, fue un testimonio de la fidelidad de Dios en medio de un mundo cada vez más corrupto. Aunque la maldad abundaba, Dios siempre tuvo un remanente fiel que mantuvo viva la esperanza de la redención. Y así, la historia de la humanidad continuó, con Noé como el nuevo patriarca, listo para enfrentar el juicio de Dios y preservar la vida en la tierra.

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