Biblia Sagrada

Los Dos Testigos: Profecía y Resurrección en Apocalipsis

**La Historia de los Dos Testigos: Revelación 11**

En los últimos días, cuando el tiempo se acercaba al cumplimiento de los designios de Dios, el cielo se abrió para revelar un misterio profundo. En medio de la gran ciudad, Jerusalén, que simbólicamente es llamada Sodoma y Egipto por su corrupción y opresión, Dios levantó a dos testigos fieles. Estos dos hombres no eran comunes; estaban revestidos de poder divino y autoridad para cumplir una misión sagrada. Vestidos de cilicio, como señal de luto y arrepentimiento, caminaban por las calles de la ciudad, proclamando el mensaje de Dios con valentía y sin temor.

Estos dos testigos fueron descritos como «los dos olivos y los dos candeleros que están delante del Señor de la tierra». Eran como Zacarías y Josué, quienes en tiempos antiguos habían sido símbolos de la unción y la luz de Dios. Su presencia era un recordatorio constante de que, aunque la oscuridad parecía reinar, la luz de la verdad nunca se extinguiría.

Durante mil doscientos sesenta días, equivalentes a tres años y medio, los dos testigos profetizaron con poder. Su mensaje era claro: arrepentimiento y juicio. Convocaban a la gente a volverse a Dios, advirtiendo de las consecuencias de la maldad y la idolatría. Pero no solo hablaban; también actuaban con autoridad divina. Si alguien intentaba hacerles daño, salía fuego de sus bocas y consumía a sus enemigos. Tenían el poder de cerrar los cielos para que no lloviera durante el tiempo de su profecía, y de convertir las aguas en sangre, y de golpear la tierra con toda clase de plagas, tal como lo habían hecho Moisés y Elías en tiempos antiguos.

La gente de la ciudad los temía, pero también los odiaba. Sus palabras eran como espadas afiladas que penetraban en los corazones endurecidos. Muchos los despreciaban, llamándolos perturbadores y acusándolos de traer desgracias. Sin embargo, los fieles que aún permanecían en Jerusalén los escuchaban con atención, reconociendo que eran enviados de Dios.

Pero llegó el día en que la Bestia, aquel ser maligno que subía del abismo, se levantó contra ellos. La Bestia, llena de odio y poder satánico, hizo guerra contra los dos testigos y los venció. En un acto de crueldad sin precedentes, los mató y dejó sus cuerpos tendidos en las calles de la gran ciudad. La gente, llena de alegría perversa, celebró su muerte. Intercambiaron regalos y se felicitaron mutuamente, como si hubieran sido liberados de una gran molestia. Los cuerpos de los testigos yacían expuestos, sin recibir sepultura, mientras la gente los miraba con desprecio.

Durante tres días y medio, los habitantes de la tierra se regocijaron en su triunfo. Pero entonces, algo asombroso ocurrió. Un soplo de vida vino de Dios y entró en los dos testigos. Se levantaron de entre los muertos, y todos los que los vieron quedaron paralizados de terror. Una voz potente del cielo los llamó: «Subid acá». Y ante los ojos de todos, ascendieron al cielo en una nube, mientras sus enemigos los observaban atónitos.

En ese mismo momento, un gran terremoto sacudió la ciudad. La décima parte de Jerusalén se derrumbó, y siete mil personas perdieron la vida. Los sobrevivientes, aterrorizados, glorificaron al Dios del cielo, reconociendo que su juicio era justo y verdadero.

Así se cumplió la profecía de los dos testigos. Su mensaje, su muerte y su resurrección fueron señales poderosas para todos los habitantes de la tierra. Aunque parecieron ser vencidos por un tiempo, su testimonio permaneció firme, y su victoria final fue un recordatorio de que el poder de Dios es más fuerte que la muerte y que la maldad no tendrá la última palabra.

Y así, el segundo ay pasó, pero el tercero estaba por venir, anunciando que el tiempo del juicio final se acercaba. Los dos testigos, ahora en la presencia de Dios, esperaban el cumplimiento de todas las cosas, mientras el mundo se preparaba para el gran día del Señor.

LEAVE A RESPONSE

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *