Biblia Sagrada

La Rebelión de Absalón: Ambición y Traición en el Reinado de David

**La Rebelión de Absalón: Un Relato de Ambición y Traición**

En los días del rey David, cuando su reinado era firme y próspero en Israel, surgió una tormenta en su propia casa que amenazaría con derribar todo lo que había construido. Era un tiempo en que la paz parecía reinar, pero en los corazones de algunos, la ambición y el resentimiento crecían como maleza en un campo fértil. Este es el relato de cómo Absalón, el hijo de David, conspiró contra su propio padre, buscando arrebatarle el trono.

Absalón, el hijo de David y Maaca, era un hombre de extraordinaria belleza. Desde la planta de sus pies hasta la coronilla de su cabeza, no había en él defecto alguno. Su cabello era abundante y brillante, y lo cortaba cada año cuando le pesaba demasiado, y el peso de su cabello era de doscientos siclos, según el peso real. Pero su belleza exterior ocultaba un corazón lleno de orgullo y ambición. Tras el asesinato de su hermano Amnón y su exilio posterior, Absalón había regresado a Jerusalén, pero su corazón no estaba en paz. Albergaba un profundo resentimiento hacia su padre, el rey David, por no haber actuado con justicia en el asunto de su hermana Tamar. Este resentimiento se convirtió en una semilla de rebelión que creció con el tiempo.

Absalón comenzó a preparar su plan con astucia y paciencia. Se levantaba temprano cada mañana y se paraba junto al camino que conducía a la puerta de la ciudad. Cuando alguien venía con una queja o un pleito para presentar ante el rey, Absalón lo interceptaba y le decía: «Mira, tu causa es buena y justa, pero no hay nadie designado por el rey para escucharte». Luego añadía con una sonrisa engañosa: «¡Oh, si me hicieran juez en esta tierra! Cualquiera que tuviera un pleito o una causa vendría a mí, y yo le haría justicia». Y cuando la persona se inclinaba para mostrarle respeto, Absalón lo tomaba de la mano y lo besaba, ganándose así el favor del pueblo.

De esta manera, Absalón robaba el corazón de los hombres de Israel. Durante cuatro años, trabajó en silencio, construyendo una red de apoyo entre el pueblo. La gente comenzó a murmurar: «Absalón es más justo que el rey David. Él sí nos escucha». Y así, sin que David lo supiera, su hijo estaba tejiendo una conspiración que pronto estallaría en una rebelión abierta.

Un día, Absalón fue ante el rey David y le dijo: «Padre, permíteme ir a Hebrón para cumplir un voto que hice al Señor. Mientras estaba en Gesur, prometí que si el Señor me traía de vuelta a Jerusalén, le ofrecería sacrificios en Hebrón». David, confiando en su hijo, le respondió: «Ve en paz». Pero lo que David no sabía era que este viaje era parte del plan de Absalón para proclamarse rey.

Absalón partió hacia Hebrón con doscientos hombres de Jerusalén, quienes iban con él en completa inocencia, sin saber sus verdaderas intenciones. Una vez allí, envió mensajeros por todas las tribus de Israel, diciendo: «Cuando escuchéis el sonido de la trompeta, gritad: ‘¡Absalón reina en Hebrón!'». Y así, la rebelión se desató. La gente comenzó a unirse a Absalón, y el número de sus seguidores crecía día a día.

Cuando las noticias de la rebelión llegaron a oídos de David, su corazón se llenó de tristeza y temor. Sabía que no podía quedarse en Jerusalén, pues la ciudad pronto sería sitiada. Con lágrimas en los ojos, David se levantó y ordenó a sus siervos que prepararan todo para partir. Dejó atrás diez concubinas para cuidar el palacio, y con un corazón quebrantado, salió de la ciudad seguido por todo su pueblo. Los levitas llevaban el arca del pacto, pero David les dijo: «Llevad el arca de Dios de vuelta a la ciudad. Si el Señor se complace en mí, me hará volver para verla y su morada. Pero si dice: ‘No me complazco en ti’, aquí estoy; haga conmigo lo que le parezca bien».

David subió por el monte de los Olivos, llorando mientras caminaba. Tenía la cabeza cubierta y los pies descalzos, señal de profundo duelo. Todo el pueblo que lo acompañaba lloraba también, y el sonido de su llanto se elevaba como un gemido en el aire. David sabía que esta prueba era parte del juicio de Dios por sus pecados pasados, pero confiaba en que el Señor, en su misericordia, lo restauraría.

Mientras tanto, Absalón entraba en Jerusalén con gran pompa, acompañado por sus seguidores. Ahitofel, el consejero de David, se había unido a la rebelión, lo que fue un duro golpe para el rey, pues Ahitofel era conocido por su sabiduría. Pero David, en su angustia, clamó al Señor: «Oh Señor, haz que el consejo de Ahitofel sea en vano». Y Dios escuchó su oración.

David envió a Husai, su amigo leal, de regreso a Jerusalén para frustrar los planes de Absalón. Husai se presentó ante Absalón y le dijo: «¡Viva el rey! ¡Viva el rey!», fingiendo lealtad. Absalón, confiado en su victoria, aceptó a Husai en su círculo, sin sospechar que este trabajaría en secreto para proteger a David.

La historia de Absalón es un recordatorio de cómo el orgullo y la ambición pueden corromper incluso a los más cercanos. David, aunque afligido, confió en la justicia de Dios y en su misericordia. Y aunque el camino era difícil, sabía que el Señor nunca lo abandonaría. Así, en medio de la traición y el dolor, la fe de David brilló como un faro en la oscuridad, mostrando que la verdadera victoria no está en el poder terrenal, sino en la fidelidad a Dios.

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