**El Juicio y la Restauración de Egipto**
En aquellos días, cuando el sol ardía con furia sobre las tierras de Egipto y el río Nilo fluía como una serpiente plateada entre las arenas del desierto, el Señor Dios levantó su voz para hablar sobre aquel gran reino. Egipto, orgulloso y poderoso, había sido por siglos un faro de sabiduría y fortaleza, pero ahora el Altísimo tenía algo que decir sobre su destino.
El profeta Isaías, ungido por el Espíritu de Dios, se levantó en Jerusalén y proclamó las palabras que el Señor le había revelado. «He aquí que el Señor cabalga sobre una nube ligera y entra en Egipto. Los ídolos de Egipto temblarán delante de Él, y el corazón de los egipcios se derretirá dentro de ellos» (Isaías 19:1). La visión era clara: el juicio de Dios caería sobre aquella tierra que había confiado en su propia fuerza y en sus dioses falsos.
El Señor envió un espíritu de confusión sobre Egipto. Los sabios y consejeros del faraón, famosos en todo el mundo por su conocimiento, se encontraron perplejos y sin respuestas. Los adivinos que antes interpretaban los sueños y los augurios ahora balbuceaban palabras sin sentido. Los sacerdotes que ofrecían sacrificios a Ra, el dios del sol, y a Isis, la diosa de la magia, se dieron cuenta de que sus ritos eran vanos. El pueblo, acostumbrado a la estabilidad que les brindaba el Nilo, comenzó a temblar cuando las aguas del río se secaron en algunos lugares, dejando atrás un lecho polvoriento y estéril.
«Secaré los ríos y venderé la tierra en manos de malvados; desolaré la tierra y todo lo que en ella hay por mano de extranjeros. Yo, el Señor, lo he dicho» (Isaías 19:4-5). Y así sucedió. Los pescadores que antes lanzaban sus redes en las aguas abundantes del Nilo ahora lloraban sobre sus barcas vacías. Los tejedores de lino, famosos en todo el mundo, se quedaron sin materia prima, pues las plantas de lino se marchitaron. Los obreros que trabajaban en las grandes construcciones de los faraones se encontraron sin empleo, y el clamor de angustia se elevó desde las ciudades hasta los campos.
El faraón, sentado en su trono de oro, trató de reunir a sus consejeros para encontrar una solución, pero sus palabras eran como el viento que sopla y se lleva la arena del desierto. «¿Cómo pueden decir que son sabios y consejeros del faraón? Sus planes son necedad. ¿Dónde están ahora sus sabios? Que te declaren y te hagan saber lo que el Señor de los ejércitos ha determinado contra Egipto» (Isaías 19:11-12). Pero no hubo respuesta, porque el Señor había endurecido sus corazones, como había hecho siglos atrás con el faraón que se enfrentó a Moisés.
Sin embargo, en medio de este juicio, el Señor no abandonó a Egipto por completo. Isaías continuó proclamando las palabras de Dios, anunciando que después de la tormenta vendría la calma. «En aquel día, Egipto será como mujeres; temblará y tendrá miedo del poder de la mano del Señor de los ejércitos, que Él levantará contra ellos» (Isaías 19:16). Pero también dijo: «En aquel día, habrá un altar al Señor en medio de la tierra de Egipto, y una columna dedicada al Señor junto a su frontera» (Isaías 19:19).
El profeta describió un futuro glorioso, en el que Egipto, Asiria e Israel serían bendecidos juntos. «En aquel día, Israel será el tercero junto con Egipto y Asiria, una bendición en medio de la tierra. Porque el Señor de los ejércitos los bendecirá, diciendo: ‘Bendito sea Egipto, mi pueblo, y Asiria, obra de mis manos, e Israel, mi heredad'» (Isaías 19:24-25).
Y así, el juicio de Dios sobre Egipto no fue el final, sino el comienzo de una nueva obra. El Señor, en su misericordia, recordó a aquel pueblo que había sido poderoso y orgulloso, y lo llamó «mi pueblo». El altar y la columna que Isaías mencionó serían señales de que el Dios de Israel, el único Dios verdadero, sería conocido y adorado incluso en la tierra de los faraones.
El profeta terminó su mensaje con una promesa que resonó en los corazones de quienes lo escucharon: «El Señor herirá a Egipto, lo herirá y lo sanará; y ellos se convertirán al Señor, quien les responderá y los sanará» (Isaías 19:22). Y así, en medio del juicio, la esperanza brilló como un rayo de luz en la oscuridad, recordando a todos que el Señor es misericordioso y fiel, incluso con aquellos que antes lo ignoraron.