Pablo y Timoteo, siervos de Cristo Jesús, escribieron una carta a todos los santos en Cristo Jesús en Filipos, junto con los obispos y los diáconos. Deseaban gracia y paz de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo.
Pablo agradecía a Dios a cada recuerdo de ellos, siempre en cada súplica suya en nombre de todos, manifestando su gratitud con alegría. Apreciaba su compañerismo en la propagación del evangelio desde el primer día hasta el presente. Estaba seguro de que aquel que comenzó una buena obra en ellos la perfeccionaría hasta el día de Cristo Jesús.
Además, Pablo les transmitió que, tanto en sus cadenas como en la defensa y confirmación del evangelio, eran partícipes con él de la gracia. Decía que Dios era su testigo de cuánto anhelaba estar con ellos en las misericordias de Cristo Jesús.
Su oración era que su amor abunde más y más en conocimiento y discernimiento para que puedan aprobar lo que es excelente. De esa manera, se absolverán y estarán libres de ofensa hasta el día de Jesucristo.
También quería que supieran que las cosas que le sucedieron no fueron en su detrimento, sino en beneficio del evangelio. Sus cadenas se habían manifestado en Cristo a todo el cuerpo de la guardia pretoriana y a todos los demás.
Incluso algunos predicaban a Cristo por envidia y rivalidad, y otros por buena voluntad. Algunos, con amor, reconocían que Pablo estaba establecido para la defensa del evangelio. Otros proclamaban a Cristo para generar discordia, no sinceramente, pensando en provocarle aún más sufrimientos en sus cadenas.
Sin embargo, para Pablo lo importante era que se proclamara a Cristo, y en eso se alegraba. Sabía que todo esto resultaría en su salvación, a través de las oraciones de la iglesia y la provisión del Espíritu de Jesucristo.
Para él, vivir era Cristo y morir era ganancia. Pero si vivir en la carne significaba un fruto proveniente de su trabajo, entonces no sabía qué elegir. Tenía el deseo de partir y estar con Cristo, por ser muchísimo mejor.
Pero para ellos era más necesario que permaneciera en la carne. Teniendo esta confianza, sabía que permanecería, sí, y permanecería con todos ellos, para su progreso y alegría en la fe.
Finalmente, los exhortó a vivir de una manera que fuera digna del evangelio de Cristo, de manera que, ya sea que venga y los vea o esté ausente, pueda escuchar acerca de su estado, que se mantendrán firmes en un solo espíritu, con un solo alma luchando por la fe del evangelio.
Debían estar sin temor de los adversarios, lo cual era para los enemigos una señal evidente de perdición, pero para ellos, una señal de salvación, y eso de Dios. Porque se les había concedido, en nombre de Cristo, no solo creer en él, sino también sufrir en su nombre. Pablo les recordó que ellos mismo habían visto el conflicto que él soportó, y que ahora sabían que él estaba pasando.