Biblia Sagrada

Elías: Sabiduría, Humildad y Devoción en el Sendero Divino

Una vez había un hombre sabio llamado Elías, que vivía en una pequeña aldea. Era conocido por su gran sabiduría y la gente de todas las tierras venía a él en busca de consejos. Tenía un nombre mejor que el aceite precioso; y sabía que el día de su muerte sería mejor que el día de su nacimiento.

Elías a menudo iba a la casa del luto en lugar del a de la fiesta, pues practicaba la comprensión de que ese era el fin de todos los hombres y los vivos debían aceptarlo con humildad. El entendía que la tristeza es mejor que la risa, porque a través de la melancolía, el corazón encuentra su verdadera alegría.

Mientras que el corazón del tonto se aloja en la casa de la risa superficial, el corazón del sabio Elías, estaba en la casa del luto, donde encontraba verdaderas lecciones de vida y sabiduría. Prefería escuchar la crítica del sabio, que escuchar la canción de los necios, porque sabía que incluso la reconvención más dura de un sabio puede ser una valiosa enseñanza.

A lo largo de su vida, Elías aprendió que el fin de una cosa es mejor que su comienzo y que el espíritu paciente es mejor que el orgulloso. También aprendió a no ser precipitado en su espíritu para enojarse, reconociendo que la ira radica en el corazón de los necios.

Consideró la obra de Dios, sabiendo que sólo Él puede enderezar lo que ha hecho torcido. En sus días de prosperidad, celebraba, y en sus días de adversidad, reflexionaba. Dios había diseñado estas situaciones para que coexistieran una al lado de la otra, con el propósito de que los humanos no pudieran descifrar el futuro.

Una vez, una mujer con el corazón lleno de trampas y redes, de manos ligadas, se acercó a Elías. El reconocimiento de esta mujer como más amarga que la muerte hizo que Elías se diera cuenta de que aquellos que buscan agradar a Dios pueden escapar de tales trampas, pero los pecadores pueden caer fácilmente en ellas.

A pesar de su sabiduría, Elías admitió que no era completamente justo ni perfecto. Sabía que incluso el más sabio de los hombres pueden caer en el pecado y la transgresión, y no se jactaba de su sabiduría. Para Elías, la verdadera sabiduría era un escudo para protegerlo de los errores y le daba una fuerza mayor que la de diez gobernantes que están en una ciudad.

Por encima de todo, Elías siempre buscó aprender más de la vida y de Dios, desea conocer la causa de las cosas, y reconocer que la maldad es una locura y que la tontería es un desatino. A pesar de sus luchas, se dio cuenta de que Dios había hecho al hombre recto, pero que el hombre había buscado muchas invenciones para desviarse de esa rectitud.

En su búsqueda de sabiduría, Elías mantuvo siempre su humildad, reconociendo que estaba lejos de alcanzar la cúspide de la sabiduría. Fue este entendimiento lo que lo mantuvo en un estado de constante aprendizaje y crecimiento. Aceptó que no siempre tenía todas las respuestas y que entender la profundidad de la existencia era una tarea imposible para incluso el más sabio de los hombres.

Al continuar su viaje en busca de sabiduría, Elías se convirtió tremente en la personificación de las lecciones que aprendió de las Escrituras, enseñando a su pueblo que la verdadera sabiduría, y en última instancia nuestra defensa y fuerza, se encuentra en una vida vivida en humildad y temor de Dios.

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